lunes, 14 de julio de 2014

Entrevista a Francesco Tonucci: Un Mundo Donde el Niño se Mueve en Libertad.




Tonucci y la autonomía en el niño.
Larga es la experiencia que atesora el Pedagogo italiano FrancescoTonucci respecto al mundo del niño y el papel que desempeñan los gobiernos, la escuela, los ciudadanos (el adulto, en general) en el desarrollo de su autonomía. Especialmente, ha dedicado gran parte de su vida a covencer al mundo de que es posible cambiar las ciudades y recuperarlas para los niños, para que puedan moverse libremente, explorar, jugar en ellas sin tropezar con las barreras que les hemos puesto. Barreras que provienen, a veces, de nuestros propios miedos, y otras veces, de nuestra falta de escucha a las necesidades de la infancia. No en vano se le reconoce en el mundo entero como "niñólogo", pues siempre tuvo una capacidad especial para ponerse en el lugar del niño, y abordar, de una manera descaradamente sencilla, las dificultades que éstos encuentran para jugar. "Niño se nace", "Con Ojos de Niño", "la Ciudad de los Niños", "Cuando los Niños Dicen Basta" (Tonucci, F., 1988, 1990, 1991, 2005), son algunos ejemplos de su amplia bibliografía que ha ejercido influencia en todas las disciplinas interesadas por la infancia.
Al igual que ocurre en otros ambitos afines, los Psicomotricistas nos hemos formado leyendo sus textos y nos resulta inevitable seguir reflexionando sobre lo que este Pedagogo plantea. El interés por la infancia y por sus posibilidades de movimiento dentro de un ecosistema amplio, por el juego, por la exploracion del espacio, por el aprendizaje, por las relaciones que establecemos desde pequeños con la comunidad, son motivaciones que compartimos con este gran pensador. Es por ello que al equipo de www.revistadepsicomotricidad.com le parecio apropiado conocer su visión con mayor profundidad y centrar la atención en los puntos que pudieran nutrir a nuestra disciplina, e invitarles a realizar una reflexión crítica, tal como nos tiene acostumbrados Frato, ese otro yo de Tonucci, el dibujante que su incuestionable talento le permite hacer emerger para satirizar sobre cuestiones educativas.
Con www.revistadepsicomotricidad.com habló sobre el movimiento y su relación con el aprendizaje. El Pedagogo expresa que este punto no es percibido como relevante en la escuela actual, pero cree firmemente que los psicomotricistas escucharán este tema con la debida sensibilidad.
El Pedagogo señala algunos de los estudios europeos que muestran los beneficios de que los niños vayan andando a la escuela. Entre ellos destaca una investigación de una universidad danesa, que concluye que los niños que van caminando a la escuela se concentran mejor durante el tiempo que permanecen en ella, que aquellos que van en coche. Basándose en este estudio y en las ideas del propio Tonucci, algunos centros educativos de la geografía mundial han puesto en marcha proyectos que buscan mejorar la atención de los niños y, por lo tanto, mejorar su rendimiento escolar. Valga como ejemplo “A L´Escola a Peu”,  la experiencia en Sagrat Cor de Godella (Valencia, España), que sigue precisamente esta línea de trabajo. Según la información extraída del valenciano “Canal Nou”, el ejercicio físico y el movimiento a primeras horas de la mañana les ayuda a activar la atención, además de favorecer el aprendizaje de los fundamentos de Seguridad Vial.  
Jugar en la Confianza.
Para Tonucci, a los niños que no pueden salir solos de casa se les está impidiendo jugar. Es en la niñez donde se afirman los cimientos de todo aquello que va ocurriendo a lo largo de la vida. Por lo tanto: ¿cómo esperar hombres y mujeres independientes y libres, si nunca tuvieron autonomía?, ¿si no experimentaron emociones tan importantes como el miedo ante un riesgo? Jugando, el niño entra en una relación con el espacio y el tiempo, a través de la cual descubre el mundo, a través de la cual conoce al otro. Esto sólo es posible si desarrolla su autonomía, si el niño se encuentra en una situación de libertad.
Habitualmente el adulto sustituye el juego en libertad, por convertirse en un mero acompañante en el parque, o por la compra compulsiva de bienes materiales. Para jugar de forma adecuada no necesitamos tantos juguetes, sino tener mucho tiempo para utilizarlos y compañeros para compartirlos. Tonucci nos recuerda que esta es la realidad actual de la infancia mediterránea: en Italia, España, Grecia y en otros países, encontramos una creciente falta de tiempo libre, de autonomía y, en definitiva, de libertad. Señala además que los juguetes forman parte del juego siempre que permitan  descubrir experiencias, probar, explorar... Todo esto no se puede hacer bajo el control de un adulto. El adulto se ha vuelto desconfiado, miedoso, provocando que exista una falta de juego. Jugar, para Tonucci, equivale a confianza; es decirle al niño: yo te quiero, confío tanto en ti que te puedo dejar solo.  Por otro lado, en el niño el juego surge de forma espontánea. No es necesario enseñarle nada.  
El italiano rememora su propia infancia, y usándola de ejemplo señala que su padre le enseñó a utilizar objetos para construir y no a jugar. “Yo fui un niño de la guerra, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Era ridículo pensar en comprar juguetes, así que nosotros debíamos construirlos. Lo hicimos con un gran placer porque fue construido por nosotros. Los maestros eran los que nos guiaban”.
La Libertad y el Riesgo.
Profesionales de diferentes disciplinas, tanto los sanitarios como los educativos, han observado la carencia de movimiento espontáneo en el niño, provocado por el estilo de vida de nuestra sociedad. A pesar de acudir a numerosas actividades extraescolares (fútbol, baile, natación...), se aprecian consecuencias de esta forma acomodada de vivir, como un incremento de la obesidad infantil o la falta de oportunidades para la descarga emocional. En este sentido Tonucci destaca que el adulto siempre le dice al niño lo que tiene que hacer, no dejándole libertad para que pueda descargar sus emociones.
Igualmente dramática es la consecuencia de no poder vivir la experiencia de riesgo, pues el adulto abusa de sus herramientas de control e impide un adecuado desarrollo. Experimentar el riesgo es fundamental para la evolución del niño, tanto desde el punto de vista cognitivo como social o cultural.  El riesgo empieza el día del nacimiento y es una buena medición a nuestra disponibilidad a que nuestros hijos crezcan.
Los niños italianos, por ejemplo, solo visitan a los compañeros previstos por sus padres, encuentros sociales controlados. Así, los niños no pueden vivir la experiencia de hallar a un desconocido y elaborar estrategias sociales de encuentro. Por ello no aprenden a elaborar estrategias  que les permitan evaluar si éste es un buen o mal amigo, como componer una pelea o decidir si mañana queremos volver a jugar. Entonces, los niños llegan a la adolescencia con un cúmulo de experiencias enrarecidas, sin vivir las experiencias de riesgo que son propias de la infancia, sin poseer la suficiente autonomía para conocer sus deseos acerca de la vida, de las relaciones. Se retrasa el deseo de experimentar el riesgo y se vive como una explosión. Problemas como el bullying, el consumo de alcohol y drogas, la sexualidad precoz, los suicidios, podrían estar relacionados con la falta de autonomía en la infancia, según el niñólogo.
La autonomía, por lo tanto, tiene un carácter preventivo, y es necesario recuperar estas competencias. Para ello, pensamos una propuesta acerca del recorrido desde casa hasta la escuela, no porque sea el más importante en la vida del niño o el más deseable, sino porque este recorrido permite que vaya junto con sus amigos. Se trata de ir a la escuela solo, de realizar siempre el mismo recorrido contando con el apoyo del barrio, de organizarnos de manera social, colectiva, formar parte de un grupo que constituye una masa crítica. Los niños en clase se estudian los recorridos que llevan a la escuela, se discute con ellos acerca de los peligros, pudiendo colaborar el Ayuntamiento de cada lugar.
Otra idea innovadora es contar con la participación de los comerciantes, quienes ponen sus comercios al servicio de los niños, para cualquier cosa que puedan necesitar, como ir al baño, usar el teléfono o curar alguna herida. Estos comercios presentan alguna identificación clara para los niños, como alguna pegatina.
Normalmente los padres piensan que esto es una locura. Piensan en accidentes de tráfico, o en la existencia de personas malintencionadas, violentas o pedófilas. Y esto deriva en una reflexión profunda sobre estos peligros: la violencia contra los niños existe, y es en un gran porcentaje dentro de la casa, no en personas desconocidas. En la mayor parte de los casos, la violencia es ejercida por los padres, otros familiares o educadores. Los conductores no andan buscando aplastar a los niños. Si hay niños en la calle ésta se vuelve más segura porque los automovilistas se fijan y están atentos a los niños. Tonucci está convencido de que se produce una especie de moderación social. Tras unos meses de trabajo, las familias permiten que los niños puedan ir solos y volver a la casa solos. El 50% o más pasan a ir a la escuela solos.
Un cambio de mentalidad en la Escuela y en la Ciudad.
Para promover un cambio son necesarias unas condiciones previas. Según su experiencia, tanto en Italia como en otros países, el apoyo de los ciudadanos del barrio y de las instituciones locales es fundamental para que los niños puedan recuperar esta autonomía y puedan moverse libremente, en las mejores condiciones viales posibles. Todo esto se configura en un marco de reglas espacio-temporales y se generaliza a sus vidas privadas: los niños van cada mañana a la escuela y por la tarde pueden ir a jugar con sus amigos, a comprar a alguna tienda o a visitar a su abuela. Estas reglas son necesarias, pues constituyen los límites en los que se desenvuelve y madura cada niño.
En Argentina, a comienzos del año 2003, se produjo una innovadora experiencia en el Barrio Almirante Brown, del Gran Buenos Aires, donde existían muchos problemas de violencia: los ciudadanos decidieron suprimir las actuaciones policiales e idearon recorridos seguros. Tonucci asegura que en este y en otros barrios donde se desarrolla este proyecto se ha producido un descenso de la criminalidad. Concluye, entonces, que la presencia de niños en la calle produce seguridad. Otra acción interesante (Yo Soy Padrino, Yo Soy Madrina) se produjo en Rosario, en el año 1997. En este caso, la disponibilidad de los comerciantes  para los niños, se producía a través de pactos formales que firmaban los comerciantes con el alcalde, comprometiéndose  a ser madrinas y padrinos de los niños y ayudarlos a desplazarse solos a la escuela.
Se necesita, además, que La Escuela esté motivada, un convencimiento profundo de la Institución Escolar. Es necesario que los propios maestros reconozcan esta experiencia de Libertad como algo importante para su escuela, y ser conscientes de que hoy en día se sufre mucho esta falta de autonomía. Para Francesco Tonucci, una buena escuela debería hacerse sobre lo que los niños llevan consigo, no sobre los libros y programas, no acerca de contenidos de vienen de afuera. Al contrario, se debería  “mirar en los bolsillos de los niños”, pues éstos no llegan a la escuela con los bolsillos vacíos. Los bolsillos, según el experto italiano, son peligrosos, porque en ellos “hay bichos”,  contienen nuestra vida: boliches, cromos, cuerdas de trompos; sacar este material afecta a nuestra vida dentro de la clase, ya que nuestra vida ocurre fuera de la escuela. Lo que hace la escuela es sólo una propuesta.  
Recuperar la autonomía significa que el niño recupere la posibilidad de vivir experiencias propias y tener algo que contar a la escuela: el niño que recorre la calle todo el día, conoce su barrio, su entorno. Antes de enseñar conocimientos sobre el Agujero de Ozono, el niño descubre las condiciones atmosféricas de su entorno y se siente parte de éste. Antes de enseñar con signos de tránsito, una buena educación vial comienza por enseñarlos a ser peatones.
El autor de La Ciudad de Los Niños (Tonucci, 1991), señala que el asunto es más delicado cuando se observa lo que está ocurriendo dentro de la escuela, en las aulas. Comenta que la estructura de las aulas es muy rígida, que no se puede entender que un niño de seis, siete u ocho años permanezca sentado durante cinco horas, en la misma posición, tal como defienden insistentemente los profesionales de la Psicomotricidad y otras disciplinas que se ocupan del cuerpo.  Si un niño se levanta de su asiento se convierte en un problema, no castra la libertad de movimiento y no tienen siquiera derecho a cansarse. En la película "La Educación Prohibida”, en gran parte inspirada en su trabajo, se muestran experiencias de ocho países de Iberoamérica dónde se cuestiona la Institución Escolar, considerándola obsoleta y anacrónica. Se parte aquí de la opinión de más de noventa educadores, académicos, autores y familiares, que critican un diseño que ha dejado de prestar atención a la naturaleza del aprendizaje, a la libertad de elección y a la importancia de los vínculos humanos en el desarrollo de las personas y de la sociedad.  Se debe permitir vivir distintas experiencias dentro de la escuela, en espacios amplios (tipo laboratorios) donde los niños puedan moverse más que el adulto, reconociéndoles esta autonomía en lugar de la propuesta radical de permanecer quietos durante todo el tiempo. Esto no quiere decir que no haya reglas. Los niños pueden aprender a moverse por el aula y luego volver, sin molestar a los demás.
Sin esta estructura tan rígida y jerarquizada, además, el niño se siente en libertad de elegir los lenguajes en los que quiere expresarse. Quizás así se pondría la mirada sobre el cuerpo, ya que actualmente estas jerarquías hacen que se den importancia a algunos tipos de lenguajes (como las matemáticas), mientras que la expresividad queda en el último lugar. Según la Convención Internacional de los Derechos del Niño (UNICEF, 1989), éste debe poder elegir los lenguajes en los que expresarse.
Una reflexión para la Psicomotricidad.
Aunque estamos más habituados a centrar el punto de mira en otro tipo de contextos, es cierto que los límites entre los cuales el niño (y el resto de seres humanos) se desarrolla van mucho más allá de una sala de Psicomotricidad. El tiempo del niño no es (solamente) el que transcurre en una sesión, y el espacio no termina en las paredes de cada centro. Ahí está la calle, llena de posibilidades para que el niño explore, entre en relación con el mundo y descubra a las otras personas, se mueve espontáneamente. Ahí es, sobre todo, donde su cuerpo aprende.
  Metafóricamente, Tonucci nos insta a mirar en los bolsillos de los niños, pues nunca están vacíos, sino llenos de vivencias. En los bolsillos están los miedos, los afectos, su propia historia. Cuando llegan a la escuela es necesario mirar a este cúmulo de vivencias, no a las exigencias curriculares, a los objetivos que nos marcan nuestras expectativas o ideas preconcebidas o a etiquetas diagnósticas. Desde nuestra disciplina sabemos la importancia de lo que cada uno trae consigo, de la vivencia que porta el cuerpo, de las huellas que en cada cuerpo hay impresas.
En la escuela, es preferible enseñarles a ser. Permitirles ser seres autónomos en lugar de someterlos a una estructura rígida, donde no puedan expandir sus ideas y su creatividad se vea totalmente limitada. La existencia de una estructura, de unas normas, unos límites, es totalmente apropiada. Pero siempre debe haber flexibilidad, para que el niño pueda moverse libremente y poner en juego todo su potencial. Lo psicomotriz, entonces, adquiere un mayor sentido dentro del aula. El conocimiento del propio cuerpo, del entorno, de los objetos, la expresividad y, en definitiva, la relación, se producen de forma natural cuando se da pie a la espontaneidad y cuando el niño se siente seguro. Todo esto implica la necesidad de que se produzca un cambio de modelo, acerca de una Escuela que reflexione profundamente sobre el concepto de Libertad, pues es en este marco donde los niños pueden ser ellos mismos, donde pueden desarrollarse plenamente como seres independientes y diversos. Es así, además, donde cada uno puede descubrir su propio lenguaje.
El adulto tiene, en primer lugar, que ofrecer al niño seguridad. Para el autor italiano, a esta seguridad se llega a través de la confianza que le damos al niño al dejarlo actuar de forma espontánea y libre. Tonucci habla también de la disponibilidad, presente en todos los ciudadanos que se encuentran en el entorno del niño, en la familia y en la escuela. El adulto debe ser capaz de escuchar para conocer realmente cuáles son las necesidades de cada niño, qué tipo de lenguaje quiere utilizar, cómo necesita explorar y aprender.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
Tonuci, F.  (1988). Niño Se Hace. REI Argentina. Buenos Aires.
______   (1990). Con Ojos de Niño. Barcanova Educación. Buenos Aires.
______  (1991). La Ciudad de Los Niños. Barcelona.                         
______  (2005). Cuando Los Niños Dicen Basta. Barcelona.

REFERENCIAS ELECTRÓNICAS.

Entrevista realizada por:
Mady Alvarado (Buenos Aires, Argentina) Licenciada en Psicomotricidad

ayunte redacción:
Caraballo (Santa Cruz de Tenerife, España) Psicopedagogo no es psicomotricista.