CONGRESO DE LA
FEDERACIÓN NACIONAL DE LAS ASOCIACIONES DE REEDUCADORES DE LA EDUCACION
NACIONAL
TOURS- 08
JUNIO 2013
Me llena de emoción
encontrarme aquí en Vinci y en mi ciudad, y agradezco a “l’AREN”1
por haberme dado la ocasión de hacerme vivir de nuevo un momento importante en
mi vida profesional.
Es verdad que estoy
siempre cerca de vosotros, sobre todo si tenemos en cuenta que he participado
en la formación de los reeducadores en Tours durante 35 años. Algunos de entre vosotros
se acordarán quizás aun de la formación personal, que era una novedad formativa
del centro de Tours.
A lo largo de
mi carrera, he ayudado a muchos niños con dificultades, más o menos graves, a
estar mejor en su piel, en el colegio, la familia. Bueno, espero que estén
mejor en su vida.
En función del
tema del congreso “Emoción, afecto, aprendizaje”, me ceñiré a conceptos que os
interesan, sobre todo cuando se trata del niño en dificultades en el colegio, y
haré referencia a otros conceptos que perduran en vuestras prácticas. Así, os
propondré la seguridad en el niño, las rabietas, los miedos habituales y los
primitivos, la angustia, los orígenes en
el génisis psico-afectivo, el afecto, el deseo, los sueños y las ilusiones, la
importancia del placer en el juego espontáneo y en el aprendizaje.
Al final,
ilustraré mis ideas del extracto del texto con una sesión de un niño de 4 años
con grandes dificultades en educación infantil.
A lo largo de
mi intervención, os propondré breves
pausas para que intercambiéis ideas con vuestros compañeros cercanos.
La seguridad afectiva, una verdadera necesidad como
la de alimentarse, moverse,
jugar o comunicarse.
El regalo más
bonito que pueden darle los padres a sus hijos es el afecto, la ternura y
también un contexto vital decente. Que posibilite, por lo tanto, que viva con
un sentimiento de seguridad indispensable para desarrollarse en las mejores
condiciones y progresivamente abrirse al mundo de la realidad.
Desde el
nacimiento, el bebé necesita ser protegido contra las agresiones internas y
externas. Los padres quieren a sus hijos. Les aseguran también una calidad en
los cuidados y en el acto de presencia, que se repite hasta tal punto que ocurre
en un mismo lugar, en un mismo tiempo, con un mismo ritmo asociado a las
palabras, todo ello ajustado al cuerpo y a las emociones del niño.
La actitud atenta,
las manipulaciones regulares, los contactos, las miradas, la solidez del apoyo
postural, son como las palabras de ternura que abren la vía del diálogo
tónico-emocional y de la calidad de las interacciones.
El bebé vive,
entonces, en un contexto maternal seguro que le permite memorizar las
sensaciones agradables, así como los objetos buenos, que regresan con
regularidad por la calidad de las interacciones. Todo esto actúa como atenuante
de las sensaciones desagradables inevitables, así como aquellas sensaciones de
espera de una respuesta a una necesidad.
Tanto la madre
como el padre, pese a sus diferencias en el tono, el contacto, la mirada, la
voz, los ritmos, la protección, el habla, aseguran con una cierta permanencia
los rituales de cuidado y de presencia afectuosa.
El niño tiene
rituales que se repiten, vive protegido del
interior y amado. Entonces, acepta mejor y sin temor la autoridad de los
padres.
El niño con
seguridad afectiva crea vínculos más fuertes con sus padres y se desvinculará
mejor a pesar de los riesgos que siempre existen.
Más tarde, el
niño apreciará que las rutinas diarias como el despertar, el baño, las comidas,
la hora de acostarse, el cuento antes de dormir, se desarrollan según ciertos hábitos
que conoce y que puede anticipar y por lo tanto, puede pensar la forma de
atenuar sus miedos que siempre son posibles y sobre todo aquellos de no
retorno.
A pesar de
estos hábitos que dan seguridad al niño, éste demanda siempre la seguridad dada
por otro, porque a veces es invadido por el miedo a perder a sus padres. Un
miedo vivido en el cuerpo bajo la forma de tensiones inhibidoras de las
funciones somáticas y físicas.
Cuando los
padres dan al niño el afecto que tanto necesita para desarrollarse, sin olvidarse
de la autoridad (reglas para vivir con los demás y consigo mismo), es decir:
cuando los padres están ahí para decir “no”, un “no” que contiene sus pulsiones
y sus descargas emocionales excesivas, el niño encuentra la confianza en sí
mismo porque confía en que sus padres le ayudan a hacerse mayor. El niño se
siente protegido, está más seguro de sí mismo, progresa sin quejarse de la vida
pese a las dificultades e, incluso en los momentos dolorosos, no tiene miedo de
distanciarse de sus padres, de ir hacia los demás, de establecer relaciones, de
encontrar otros placeres como el de descubrir y aprender el mundo actual. Es
verdad que es verdaderamente difícil vivir hoy en día.
Pero si los
padres no dan el afecto, o dan demasiado afecto (permisividad o autoritarismo)
el niño no encontrará en su familia los apoyos seguros y tranquilizadores
necesarios en su desarrollo: entonces experimenta una regresión, agresión, oscila entre la inhibición y la
revuelta, y sabemos todos que las manifestaciones de inseguridad pueden tener
consecuencias desastrosas en el plano social y cognitivo.
Entonces, ¿el
colegio no puede ser un antídoto para la inseguridad del niño? ¿La seguridad
afectiva del niño en el colegio no es un prerrequisito básico en lo referente a
prerrequisitos cognitivos necesarios en los aprendizajes?
¿El colegio no
podría devolver al niño disponible a la familia? Pero, ¿estoy yendo muy lejos
en las funciones que le atribuyo al colegio?
El niño feliz en el
colegio
Un niño que tiene la seguridad afectiva que le proporciona una
familia que le ama, le comprende, que le pone límites, así como la dada por la
guardería y el colegio, es un niño feliz. Esta seguridad le permite atenuar sus
miedos y las angustias que limitan su desarrollo y particularmente los
aprendizajes escolares.
Un niño feliz en el colegio es un niño espontáneo, que está a gusto
con su cuerpo, que juega y que puede expresar sus emociones sin restricciones. Es
un niño feliz por vivir, que expresa sus deseos sin dudarlo, sin culpabilidad.
Es también un niño que vive el placer de dar y recibir.
Un niño feliz en el colegio es aquel que escapa de la influencia
de los adultos pero aceptando su autoridad, necesaria para su crecimiento. Es
también un niño que tiene deseos de crecer y de abrirse a la realidad del
conocimiento y del saber. Es un niño que se explica con facilidad, que se
comunica con sus iguales y los adultos sin dudarlo.
En conclusión, un niño feliz en el colegio es aquel que va en
búsqueda de todas las demandas recibidas por las personas de su entorno. Tiene
curiosidad por descubrir y saberlo todo.
Esta siempre impaciente por ir al colegio y aprender, participar
con sus compañeros y encontrar el reforzamiento del docente.
Otra necesidad,
expresar sus emociones
Un niño es quien expresa sin restricciones su bienestar o malestar
mediante pulsiones tónico-emocionales.
La expresión emocional es indispensable para su equilibro psicológico y
su desarrollo equilibrado, pero si el niño no vive sus emociones, no las
verbaliza, aparece el riesgo de estar “enfermo” por vivir. Es verdad que
nuestra presencia en el mundo es crear sensaciones, emociones y acciones.
Cabe recordar que las emociones son resultado de la historia
evolutiva de las especies con el fin de hacer frente a las exigencias vitales
como el miedo y la ira que son una respuesta de autoprotección frente a un
contexto amenazante o restrictivo.
La ira
La ira es una explosión
emocional tanto en la niña como en el niño, ya sabemos cómo se manifiesta.
La ira es bastante banal. El niño es sobrepasado por lo que
siente, por lo que pasa en su interior y que no comprende. La ira le permite
expresar instantáneamente su malestar. Le permite mostrar a los demás lo que
siente en su interior. Es la manera de ser más auténtica pero también la más
difícil de aceptar por su entorno.
La ira no es un estado permanente porque es breve y da la sensación
de ser una crisis interna. Un golpe de locura, una crisis interna en respuesta
a una crisis externa, una reacción a una represión o una amenaza del entorno,
contención de una acción, contención de un deseo de vivir algo con inmediatez,
y quizás una crisis insuficientemente comprendida por los padres y los
educadores. Es una emoción verdadera desencadenada por un rechazo concerniente
al prójimo así como una tendencia difícil de eliminar.
La ira se atenúa sobre los 4 o 5 años por la madurez de los
lóbulos prefrontales del sistema nervioso central, pero perdura en los niños
inseguros. Se atenúa porque los niños empiezan a dominar su lengua y encuentran
en la palabra la forma de explicar sus problemas.
¿Es la ira saludable?
Si, ya que se trata de momentos de ira breves y poco frecuentes.
En efecto, una descarga emocional está siempre acompañada de una reducción de
la tensión tónica liberadora de la musculatura de los órganos de la vida
vegetativa y de la vida de los órganos relacionales. La ira tranquiliza el
cuerpo y la mente. La descarga emocional significa una autenticidad en el niño
como ser emocional, es una manera de existir, a veces violentamente pero de
existir y de sentir instantáneamente su contexto.
Entonces, deberíamos preocuparnos si el niño no manifiesta ninguna
ira frente a la frustración que le provoca el adulto: esta restricción
emocional corre el riesgo de crear graves consecuencias somáticas así como
psicológicas: bloqueos en el pensamiento imaginario, cognitivo y de
razonamiento lógico, así como en la limitación de la expresión verbal. La
restricción emocional puede ser destructiva.
Mediante la ira, el niño presiona a los padres para obtener una
respuesta a su favor. Es una manera de atacar. ¿No es la ira, entonces, una
manera violenta muy particular de provocar la comunicación? ¿No sería el medio
por el que el niño capta la atención de sus padres y les dice “existo”? Esta es
quizás la paradoja de la ira. Parece separarnos del prójimo y sin embargo nos
acerca. Parece cortar al niño con su ambiente sin embargo permite una
comprensión viva, al calor de un mundo externo que le tiene en cuenta. Por lo
tanto, la ira ¿no sería una llamada a la mejor escucha y a estar más atento?
¿No es una manera de decir “os necesito”?
Parece que la ira en algunos niños es hoy más frecuente, más
intensa y sobre todo que se prolongan más allá de 5º de Educación Primaria. Lo
que es nuevo, es que se desencadenan no como consecuencia de la frustración
pero si a propósito de cualquier hecho irrisorio. “Es la gota que colma el
vaso”.
Estas iras violentas repetidas frente a hechos irrisorios se
encuentran principalmente en niños frágiles, es decir inseguros por no haber
vivido sus primeras referencias estables a lo largo de su más tierna infancia.
El miedo
Todos los niños, todos los individuos sienten miedo. Se trata de
una reacción normal que surge en presencia de un objeto o situación peligrosa,
así como un pensamiento que evoca el temor de ser atacado en su integridad corporal
y psíquica. El miedo es, por lo tanto, una respuesta vital a un evento
amenazante, una emoción intensa vivida que moviliza, tanto la ira como los
recursos neurovegetativos (descarga de adrenalina, aumento de la frecuencia
cardiaca, del ritmo respiratorio, de la tensión arterial, de la tonicidad
muscular, del consumo de glucosa) y provoca una actividad biológica intensa.
El miedo llega por sorpresa, en ese caso, inhibe la facultad de
pensar o viene de improvisto en la espera y en ese caso estimula las
representaciones mentales ligadas a ese objeto creador del miedo.
El miedo es una descarga tónico-emocional dolorosa que
desestabiliza a la persona y la vuelve niño, le hace perder su capacidad
adaptativa al entorno. La reacción frente al miedo puede hacernos escapar del
peligro mediante la fuga o provocar la inmovilidad (el miedo helador, petrificante
del cuerpo y pensamiento)
El miedo moviliza por lo tanto las acciones de autoprotección y lo
aleja de un evento amenazante. En este sentido, el miedo es un aspecto
saludable evidente, entonces nos podemos preguntar si nos hemos encontrado a un
niño que nunca haya tenido miedo.
Sin miedo, ¿existiría la especie humana hoy en día?
Un niño vive los miedos que todos conocemos: el miedo a un
desconocido, a la oscuridad, a la novedad que desestabiliza su seguridad, a
quedarse solo, a la medicina, a los animales, a la agresión. Son los miedos ordinarios para cada niño, por
lo tanto los padres atentos y sensibles a las emociones de los niños son el
mejor agente para aportarles seguridad y darles los medios de hacerles sentir
bien, dando la posibilidad de sentirse seguro consigo mismo por el
descubrimiento del placer de jugar, hablar del miedo y de ridiculizarlo.
Es verdad, que para sentirse seguro en situaciones dolorosas, el
niño juega con insistencia a lo mismo. La distancia emocional es entendida como
la representación corporal de los hechos reales.
Precozmente, el niño es capaz de transformar la realidad vivida
para protegerse y sentir seguridad por la magia del placer de jugar. La mayoría
de los niños son capaces, pero otros tardan más en encontrar el proceso de que
les da seguridad, entonces perdura la emoción del miedo sin poder sobrepasarla.
Los miedos primitivos
A lo largo de los primeros años, el niño vive momentos difíciles a
causa de sus miedos y de su inseguridad afectiva. He mencionado el miedo a la
oscuridad que despiertan imágenes fantasmagóricas, el miedo a ser abandonado
que nace precozmente a partir del momento cuando el bebe vive la pérdida del enlace
a la madre, el miedo a la novedad que desestabiliza sus referencias de
seguridad, pero tanto unos como otros son miedos ordinarios. El bebé desde sus primeros meses se somete a miedos primitivos que pueden tener:
·
Graves consecuencias en el
desarrollo futuro si no son suficientemente reprimidas.
·
Consecuencias positivas si
vive envuelto por una figura maternal protectora de calidad que le protege de
las agresiones internas y externas, lo cual le permitirá desarrollar todas sus
funciones en las mejores condiciones.
En efecto, el bebé corre el riesgo de vivir unos miedos invasores
y tenaces si está insuficientemente protegido contra las agresiones internas y
externas de su ambiente. Se sentirá
amenazado si tiene hambre o sed, si tiene mucho calor o frío, si debe esperar a
que sus necesidades sean satisfechas, si se ve amenazado por las manipulaciones
bruscas y repetidas, algunas veces violentas, por el contacto agresivo, los
ruidos excesivos o bien se sentirá amenazado por la ausencia de solidez y de
apoyo. Entonces corre el riesgo de sufrir miedo, caer en el vacío y desunirse.
Si el niño vive repetidamente estos “maltratos”, todo su cuerpo
está en tensión excesiva, tensión dolorosa de todas las funciones corporales desarrolladas
y en vías de desarrollo, estas tensiones dolorosas son vividas como una
agresión interna continua, un agresor corporal no identificado. Este estado
tensional permanente desde los primeros meses está en el origen de un estado
permanente de miedo, se manifiesta por los lloros, gesticulaciones excesivas,
rechazo al alimento e insomnio. Estos son los hechos que advierten de una
disfunción del principio de placer, de un sufrimiento físico que está por
llegar.
Así, a lo largo de sus primeros meses, el bebé corre el riesgo de
vivir en un estado permanente de tensión corporal que esta en el origen de una
intensa angustia tensional.
La angustia tensional es un concepto que es necesario poner en
evidencia apareciendo la angustia por los peligros o la angustia por las
esperanzas.
La angustia
tensional, la angustia de todos los miedos
En efecto, la intensidad de la angustia tensional está en el
origen de las angustias arcaicas de la pérdida del cuerpo, tales como las
angustias por las caídas, de división, estallidos, de licuefacción que agravan
la aparición de la unidad con el cuerpo y limitan mucho el desarrollo de las
funciones instrumentales (sensación, tonicidad, motricidad, equilibrio,
lateralidad).
Además, tenemos el derecho de pensar que los problemas
psicosomáticos (problemas digestivos, respiratorios) te hacen regresar a las
angustias de los primeros meses ya pasadas. La somatización de un joven,
incluso del adulto, ¿Serán entonces las vías de resolución de las tensiones
excesivas del cuerpo?
La angustia tensional que perdura, induce al fracaso de una
dinámica de placer, teniendo como consecuencia la limitación grabe de las
formaciones psicológicas futuras (afecto, deseo, sueños, ilusiones) como ya
mencionaré más adelante. En este caso, es el cuerpo agitado quien funciona.
A propósito de esto, es
importante recordar el desarrollo instrumental, afectivo, cognitivo e
intelectual que depende de una vivencia narcisista en un periodo de desarrollo
del niño donde éste está aún indiferenciado y, donde se esboza su individualidad
(entre 6/8 meses) Así como, toda la perturbación en este periodo corre el
riesgo de retener al mismo tiempo los aspectos instrumentales, afectivos,
cognitivos e intelectuales y de tener consecuencias futuras graves en todos
estos aspectos a la vez.
El fracaso de una
vivencia narcisista de placer corre el riesgo de ser catastrófico para el
futuro de algunos niños. En este caso, los niños atípicos, en el marco escolar,
que necesitan un apoyo. Es el caso de los niños que han vivido desde el
nacimiento, e incluso antes de nacer, una carencia en las interacciones
precoces a causa de un entorno pasivo, brutal, rechazable e incluso intrusivo.
E insisto: éstas son perturbaciones
en el cuerpo en relación (la carencia de las interacciones precoces que
constituyen el denominador común de todos los bloqueos del desarrollo del niño)
Es lo que conviene recordar, la relación entre los traumatismos de un hecho
vivido precozmente y el bloqueo de las funciones instrumentales, el bloqueo de
la capacidad de simbolizar el fracaso de los primeros años escolares.
Estos niños que han vivido el fracaso en su contexto, donde las interacciones
son así de pobres, dominadas por tensiones internas dolorosas, están llenas de
rabia e ira y corren el riesgo de ser violentas, sádicas y de perseguirles.
Donde su odio hacia el adulto es superior al amor, lo malo es más fuerte que lo
bueno, el hecho de no complacer es más fuerte que el de complacer. El ambiente afectivo de estos niños es
intenso, son invadidos por la búsqueda de amor, así como pueden agarrar
afectivamente, sin retenciones a ciertas personas y a veces agredirlas,
insultarlas como si deseasen destruirlas ¿Cómo pueden, en este caso, vivir la
seguridad necesaria para una aproximación serena de la realidad, del
conocimiento y del saber?
Creo que conocéis bastante bien a los niños.
El miedo primitivo permanente que les actualiza la angustia
tensional, en el presente, que perfora a estos niños, está en el origen del
miedo a ser abandonado consecuencia de la separación parental. El miedo al
abandono es vivido también corporalmente como otro estado tensional, como otro
peligro, el de ser “dejado de lado afectivamente”. No nos podemos imaginar el
dolor, el sufrimiento que pueden vivir algunos niños. Afortunadamente, siempre
hay excepciones.
¿Cuál es la angustia tensional de todas las esperanzas?
La angustia tensional
de todas las esperanzas
En efecto, los padres, con su actitud atenta responden lo más
ajustadamente a las necesidades del niño y a su seguridad afectiva. Además, a
lo largo del periodo arcaico de su desarrollo, estos viven experiencias
primarias agradables relacionadas con sus padres, tales como las sensaciones
vegetativas agradables ligadas a la nutrición, a la excreción también a las
sensaciones propioceptivas como el balanceo, ser llevado en brazos, quitarse la
ropa o las caricias. Estas experiencias primarias liberan dopamina que es la
hormona cerebral del placer: pero el niño vive también inevitablemente
experiencias primarias desagradables debidas a la espera para ser cuidado, a
sus dolores digestivos, a posiciones dolorosas, a movimientos demasiados
bruscos, ropas demasiado ajustadas, contactos corporales muy marcados. Por lo
tanto vive con un cierto grado de angustia tensional.
A pesar de la actitud atenta de los padres, esto continúa con
cierto grado de la angustia pero se ve como necesario en el desarrollo
psicológico del niño. Se trata de un grado de angustia que crea una dinámica de
búsqueda, de resolución para sobrepasar las tensiones corporales.
En efecto, las experiencias primarias agradables y desagradables
son engramas porque corresponden a
modificaciones cerebrales neurobiológicas y hormonales. Estas experiencias
vividas cuerpo a cuerpo y compartidas con la figura maternal.
El niño para abstraerse de la angustia tensional, fuente de dolor
y de sufrimiento, imagina. Inventa a partir de sus sensaciones agradables
vividas con el prójimo, el placer, el deseo, los sueños, las esperanzas, una amplia
dimensión psicoafectiva.
Así:
·
El placer es una energía
positiva resultante de una sensibilidad orgánica vegetativa y propioceptiva
compartida con la figura materna. Esto hace que el placer mantenga su aspecto
pulsional y relacional (la pulsión oral y motriz).
El placer reenvía a la génesis del psiquismo. Te abre al mundo, entonces el no-placer cierra esta apertura.
El placer reenvía a la génesis del psiquismo. Te abre al mundo, entonces el no-placer cierra esta apertura.
·
El sueño como producción
metafórica es necesario para alejarse del dolor y del sufrimiento.
·
El deseo es un deseo renovado
de placer. Es también un deseo por hacerse grande (un concepto demasiado
olvidado).
·
Es a partir de este deseo de
placer cuando el niño se constituye en escenarios imaginarios: sueños arcaicos.
o
Sueños resultantes de la
oralidad, del contacto, tales como sueños de incorporación, de devastación, de
destrucción, de la fusión, de la omnipresencia.
o
Sueños debidos a la movilidad
del cuerpo en el espacio como los de oscilación de giro, de subida, de caída,
de inmovilidad, de ritmo.
Tantos sueños que el niño reaccionara en la realidad de una manera pulsional y repetitiva por el juego de la espontaneidad como potente proceso de garantía profunda.
El niño es entonces creador de una vasta creación originaria que
formará según ciertos psicoanalistas “el inconsciente originario no reprimido”
El niño es creador de sus pensamientos imaginarios. En los
orígenes de estos pensamientos permanentes más tarde se encontrará la forma de
percibir el mundo.
·
Esta fuente originaria da un
lugar preponderante a la expresividad del cuerpo, al juego creativo y
espontáneo del niño, a la creación artística del adulto como el dibujo, la
pintura, la escultura, el baile, el ritmo, el canto. Esta creación del adulto
es la fuente de placer pulsional sin límite donde el movimiento, el ritmo, la
voz, y todos los materiales de la creación son la satisfacción sensual que
tranquiliza la angustia. Esta expresividad del cuerpo sobre los sueños arcaicos
está en los orígenes de la representación del sí mismo, de la simbolización de
los eventos lejanos. Son medios de seguridad, de hacer sentirse mejor, que
abren la vía a otros desarrollos.
·
Es posible ahora continuar
diciendo que la angustia tensional es el catalizador que facilita la
transformación para que las necesidades
biológicas sean satisfechas -de la biología humana- en placer, en deseo y en
sueños. Podemos decir que la angustia funda al ser humano. Así la angustia
tensional sobrepasa, tranquiliza y abre la vía de la energía del placer que
favorece el desarrollo psicoafectivo, cognitivo e instrumental del joven.
·
Pero, la angustia tensional
corre el riesgo de resurgir y de intensificarse si el niño vive un grave choque
emocional, drama, ruptura familiar, abandono afectivo destructivo de la energía
del placer y bloquea todos los aspectos del desarrollo somático y psíquico.
Esto, creo, que es lo que pasa en la mayoría de los niños a los que ayudáis.
A partir de estas declaraciones precedentes, es posible entonces
concebir las pistas que ayudan al niño que sufre con la condición de recordar:
el afecto no aparece si las representaciones del pasado, de sus orígenes,
resurgen a través de la simbolización de los sueños resultantes del cuerpo,
como cuando se atormenta, la destructividad, la persecución, la fusión, la
omnipresencia y la movilidad del cuerpo en el espacio. Todos estos símbolos
permiten al niño dejar de lado sus miedos primitivos, su sufrimiento y de
liberar la energía del afecto del placer.
Pero, ¿Cómo favorecer que resurjan los orígenes?
Las resonancias tónico emocionales recíprocas existen en la
relación de ayuda al niño. Éstas deben vivir porque son la condición de la
emergencia del origen, es decir de los sueños arcaicos. Toda implicación
corporal y emocional, compartida con un niño libera el afecto del placer del
periodo de los orígenes.
No hay ayuda posible para un niño que sufre, sin una vivencia
emocional compartida con el especialista.
El juego de la
espontaneidad del niño es una verdadera necesidad.
El juego espontáneo es la forma de expresión privilegiada del niño
a la vez que un poderoso proceso para hacerle sentir bien porque lo que plasma
en el juego creativo y la espontaneidad es siempre alguna cosa del pasado, de
la infancia, del origen.
De ahí que, podamos decir, que el niño que juega está jugando con
sus orígenes.
Jugar libremente es vital para el niño porque jugar, es vivir el
placer compulsivo de la representación de sí mismo, de la simbolización, un
placer compulsivo por la repetición. Jugar para el niño, es vivir una etapa
psicológica de su desarrollo antes de instalarse en el mundo de la realidad de
los adultos.
Entonces, no hay que precipitarle en las exigencias que no le
corresponden por su madurez afectiva, porque debe agotar su omnipresencia
mágica para sentirse seguro y estar listo para elegir. Mirémosle jugar con
mucha atención para tenerle en cuenta y compartamos con él el placer que él
vive cuando es el:
·
Se balancea con una cuerda,
rulo, retal, salta, se desliza, escala.
·
Se envuelve en una tela, se
esconde en un baúl.
·
Cuando es jinete, conductor,
guerrero, bailarín, cantante, príncipe, papá, mamá, bebé
·
Cuando es un lobo, un
cocodrilo, un dragón, bruja, un héroe omnipotente de unos dibujos animados.
·
Cuando construye, destruye,
dibuja, juega con las palabras.
Todos estos juegos son juegos simbólicos que aparecen
espontáneamente cuando le ayudamos.
También, concibo que la ayuda resida fundamentalmente en la
búsqueda del placer. Amalgama de las representaciones imaginarias, placer que
hace tanto hace falta al niño y a la
limitación muy precoz de una dinámica de inversión afectiva de las producciones
sensoriales, corporales e intelectuales.
Entonces, especialistas en la ayuda a los niños:
Dejemos actuar a nuestra propia sensibilidad emocional, a nuestra
actitud calurosa de acogida y acompañamiento que transforman el sufrimiento del
niño porque las personas que ayudan no son como las demás.
Dejémonos llevar por nuestro propio placer de estar ahí por el
niño, por él, pero no sin él, olvidándonos de todo lo suyo, de su historia
familiar dolorosa y escolar.
Dejémonos ir a jugar sin ningún pensamiento anterior de ayuda
cognitiva, pero ¿es posible vivir esta libertad en una institución que corre el
riesgo de presionar con sus exigencias?
Ayudar a un niño que sufre requiere por parte del especialista de su
libertad, sin culpabilidad por estar lejos del aprendizaje, pero sí cerca del
niño. Ayudar a un niño que sufre requiere no buscar su carga porque cuanto
menos lo buscamos, más cambios llegarán, y el docente os dirá:
“¿qué has hecho? Se interesa, habla, es otro niño, otro alumno”.
Y para finalizar, en el congreso de Reims, hace cinco años, había
ya evocado el afecto y placer del niño como un factor que hace crecer el deseo
del alumno por aprender y que vuelve al aprendizaje más eficaz.
Hoy todavía y después de décadas recalco este principio, y hoy mi
propósito no ha cambiado. Sin embargo, no es suficiente declarar el “placer por
aprender” porque si el placer por aprender es condicional de la acción, de la
experiencia, de la creación, en la búsqueda individual y colectiva de este lado
las condiciones pedagógicas, el placer por aprender es condicional de una
relación, la de que el docente te estime, de ser reconocido con todos sus
potenciales y sus competencias incluso las más reducidas. El niño descubre el
placer de aprender si el docente le aprecia, estimula lo que sabe hacer y se abstiene
de ponerle en evidencia cuando hay algo que no sabe hacer.
El placer de aprender supone entones que exista una pedagogía
centrada en el niño
Con el fin de que este sea el centro del dispositivo educativo
(una idea que ha desaparecido hoy en día) apoyado por un docente, un maestro
con cualidades personales y profesionales indiscutibles.
Es una utopía centrarse en este dispositivo educativo, me diréis.
No, se trata de una elección en la formación filosófica, psicológica y
pedagógica, tan simplemente una elección humana para con futuro más armonioso
de los niños en el colegio.
1.) AREN: Asociaciones de reeducadores de la educación nacional
Bernard Aucouturier
Traducción: Sara Serrano Agudo (Cantabria, España) para www.revistadepsicomotricidad.com
www.revistadepsicomotricidad.com agradece públicamente al Señor Bernard Aucouturier por enviar este artículo desde Francia. Y a Sara Serrano Agudo por la generesidad y compromiso en su trabajo de traducción.
Sara Serrano Agudo
Máster en Neuropsicología y Educación
Maestra de Educación Primaria
Maestra de Lengua Extranjera
Auxiliar de Conversación
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