domingo, 19 de abril de 2020

Resignificación del silencio en terapia psicomotriz


Escribe para Revista de Psicomotricidad PuntoCom Carolina Rodríguez @elcuerpocuenta . Gracias!! 





“La piedra calla
lo que en ella duele”
Donizete Galvão


En el abordaje psicomotriz terapéutico es importante conocer nuestras propias debilidades y fortalezas a la hora de ejercer en clínica, ya que, de ese reconocimiento, -que involucra una introspectiva personal y profesional-, depende en parte, el éxito o no del tratamiento. En este sentido, existe una premisa que debe posicionarse ante nuestro deseo por ayudar, que es: no anteponerse ni anticiparse al deseo del otro. Qué pasaría si ocupáramos un rol en donde se persuade al paciente a realizar tal o cual acción?, de alguna manera estaríamos obstaculizando la espontaneidad que propiciamos en dicho encuadre?
Esta premisa de la cual debemos abrazarnos, implica por ejemplo, no hacer uso invasivo de verbalizaciones, establecer un lenguaje preciso, claro, que sea descriptivo o interrogativo de la acción del paciente, oficiando de tal manera como espejo de sí mismo. De esta forma, le otorgamos valor a sus actitudes, juegos o manifestaciones genuinas, mediante las cuales, el paciente encuentra la forma de actualizar el síntoma. 

En este sentido, el quehacer terapéutico, no sólo se construye a partir de lo dicho -adecuadamente-, sino que, también, se hace visible a través de la capacidad de escucha, de observación, de un acompañamiento respetuoso a partir de la esfera corporal, y sobre todo del silencio. Un silencio que habilita al paciente a instaurar su propio ritmo sin ningún tipo de condicionamiento. Muchas veces, puede parecer que el espacio hay que ocuparlo con palabras o acciones, pero no debería ser así. La ausencia de las palabras, le permite al paciente ser y hacer libremente, le da la oportunidad de tomar la iniciativa; y al terapeuta de observar con un mayor distanciamiento.
Por eso, se entiende, que, cuando hay un uso innecesario de verbalizaciones por parte del psicomotricista, de alguna forma, se desprenden aspectos que subrayan la persistencia de una mayor preocupación por “querer que el paciente haga” más que, en respetar sus necesidades, no pudiendo efectivizar una total descentración del vínculo terapéutico.
Dicho lo cual, resulta imprescindible resignificar el valor del silencio, de lo “no dicho” en una sesión terapéutica, pues en la ausencia también se está interviniendo.


Editora 2020 Mady Alvarado