Quisiera
hablar con ustedes acerca de un tema muy conocido, pero pocas veces indagado y
sin la merecida reflexión profunda acerca del mismo.
Me
gustaría desglosar los ítems de una cualidad humana, con fama de segundona como
lo es la alegría.
Todos
hemos oído hablar de la felicidad, del bienestar, de las emociones en general.
Pero la alegría suele confundirse con un semblante sonriente, a veces cascarón
vacío, sin emocionalidad verdadera. A Uds., que trabajan con niños, les suelen
encomendar mucho el mandato de la alegría: hay que sonreír, bailar y cantar,
poner música, jugar y estar bien.
Pero
la alegría, como un estado emocional efímero suele escurrírsenos de las manos,
y escenas llenas de palmadas, música y saltos culminan en llantos, y en
momentos de desencuentros lejanos, incluso opuestos a la alegría.
En
este punto les interrogo ¿es la alegría un bien fundamental de la humanidad?
¿es una “virtud” propia de la infancia?
¿Por
qué sería necesario siempre estar alegres? Y, si es posible vislumbrar ese
mandato como fuerza ajena, externa a nuestro sentir real, ¿acaso sería posible
estar alegres todo el tiempo?
Entonces
pensemos en la alegría como una emoción compartida, por dos o más sujetos que
acuerdan, que realizan una actividad inscripta sobre una emocionalidad de fondo
que los hace sentirse alegres, en confianza, relajados.
Pero
también podemos pensar la alegría como un desborde, un exceso de emoción que
sale al exterior sin ser mediada, y se expresa de manera espontánea, colorida,
vibratoria, contagiosa, y que dura unos instantes, como fuegos artificiales que
adornan el cielo, para desvanecerse lentamente dejando lugar al silencio
reflexivo, tal vez una pausa reparadora.
Los
invito a considerar la alegría como uno de tantos otros momentos, como una
emoción pasajera, escurridiza, y por eso tan buscada y deseada. La alegría como
un valor para las comunidades, un motor de búsqueda. Casi se entiende a veces,
como el fin último, cuando en realidad es un estado de efervescencia al cual
llegamos, compartimos y salimos bastante rápido de él.
Supongamos
entonces a la alegría como un momento pretendido, una memoria que se imprime
justo cuando brota esa sensación placentera, al converger la sonrisa, la mirada,
la intencionalidad compartida, y la complicidad.
Entonces
podemos imaginar a la alegría como una visita, y así, ordenar nuestra casa,
disponernos, preparar el ambiente; para que cuando se decida a posar sus dulces
alas en nuestro espacio, propague la vibración, sacuda los cuerpos, produzca
una ligazón de experiencia, un fluir de vivencias que nos anudan a personas y
momentos.
Intento
con este texto lograr una apertura actitudinal, cognitiva y corporal, para
recibir nuestras emociones, sin atarlas, sin fijarlas. ¿Acaso la alegría podría
ser sentida como tal sin el contraste con la nostalgia, la tristeza, la
quietud, el silencio, la soledad, o cualquier otra situación?
Les
propongo abrir las puertas y dar un lugar a tantas emociones peregrinas, para
recibir la alegría en particular, en el tiempo que sea oportuno.
Analía Mignaton
Mini bio:
Licenciada en
psicomotricidad
Especialista en desarrollo
infantil temprano
Profesora de nivel superior
en Instituto de Formación docente y de psicomotricidad