El término “diálogo tónico”, acuñado por el Dr. J. de
Ajuriaguerra (1979), implica para nuestra disciplina un concepto imposible de
eludir al momento de enfrentarnos a la práctica clínica. Cada bebé o niño llega
a nosotros con una historia, que aunque pueda relatar o no verbalmente, debemos
ser capaces de leer, tanto en el discurso de los padres, como en el lenguaje
corporal y gestual del niño cómo se está constituyendo ese sujeto psicomotor.
A partir del recorrido histórico
que se hace del pequeño, el psicomotricista se aproxima al punto inicial de la
construcción del cuerpo y de la estructuración del lenguaje necesario para
comprender mejor a quién va dirigida la práctica psicomotriz y así establecer
con mayor especificidad una intervención acorde. Entendiendo que el niño da
cuenta, en su organización tónico-postural, en su juego, en su funcionamiento
psicomotor y en el lenguaje que expresa, de aquello vivido en el encuentro con
el otro a través del diálogo tónico postural.
¿Por qué considerar el “diálogo tónico postural” más
un concepto que un término? Porque encierra en sí mismo una idea, una manera de
concebir al sujeto desde sus orígenes.
Pensar
el concepto del diálogo tónico postural como la trama inicial del cuerpo y el lenguaje,
es poder ahondar en el valor que asume este primer vínculo primordial y
necesario de un niño con sus padres o quienes cumplan sus funciones.
Para que el diálogo tónico postural se desarrolle, deben
estar presentes dos partes imprescindibles y complementarias, ambas con
participación activa, por eso hablamos de “diálogo”. Se hace referencia a los
padres, cada uno en el ejercicio específico de su función[i]
y al niño con todo lo que trae al nacer: tono, postura, actos reflejos, miradas,
sonrisas, llanto, gestos, sonidos y todo lo que conforma la actividad espontánea.
Indiscutiblemente el ser humano nace en un estado de
prematurez funcional, lo que hace depender al recién nacido de los otros
cuerpos adultos que albergan, nutren y manipulan su cuerpo, creando y regulando
(según normas socio-culturales) las condiciones externas referentes al medio
donde el niño vive, crece y aprende. A pesar de este estado, el niño cuenta tanto con una
organización neurobiológica particular propia de la especie humana, como así
también posee desde el comienzo la capacidad de generar un
complejo sistema de comportamientos[ii],
que aunque contrastan con su limitada capacidad motora, consecuencia de
su equipamiento neuromotor inmaduro (implicando
la falta de dominio postural, de control tónico-motriz) sumado a la ausencia de
la palabra, lo habilitan para satisfacer tanto sus necesidades
físicas como psíquicas. Que haya ausencia de palabra no
significa que el bebe no comprenda, lo hace desde la prosodia de la Lengua, no
desde lo lingüístico propiamente dicho, que porta la afectividad e
intencionalidad de quien habla, utilizando su capacidad para interpretar las
producciones corporales de los otros: los gestos, las miradas, las variaciones
posturales, los diversos matices y tonalidades de la voz, es decir toda la
información no verbal. El niño es sensible a esta información y reacciona a
nivel tónico postural y emocional, logrando establecer una comunicación fluida
con el ambiente familiar, que incita y prepara al niño para lanzarse a la
expresión verbal.
Así establece
sus primeras relaciones en dos niveles: por un lado en función de sus
necesidades orgánicas, las que se manifiestan corporalmente a
través de sucesivas transformaciones tónico-posturales vinculadas a estados de
tensión o distensión relativos a
la incesante alternancia necesidad-satisfacción. Y por otro lado, también le será
preciso satisfacer necesidades de orden psíquico, que implican las muestras de
ternura (caricias, palabras, risas, besos y abrazos), verdaderas
manifestaciones espontáneas del amor parental y familiar. Estas
conductas de orden emocional, afectivo, verbal y de manipulación sumadas a las modificaciones
del tono del bebé y los ajustes
posturales entre él y los otros, son las que constituyen y organizan el diálogo
tónico postural[iii]. Por eso la fusión afectiva primaria
deja inevitablemente su impronta en la contextura tónica de los músculos,
expresándose a través de la función postural. Tono y motricidad llevan en sí los primeros
trazados de las reacciones emocionales y afectivas jugadas en el vínculo con el
otro.
Vale aclarar que gracias a la distensión del tono, que
sucede a la satisfacción de la necesidad,
el eje del cuerpo y la función postural no solo actúan como medio de expresión
sino también como receptáculo sensible a lo que viene del exterior. Así pues durante
el diálogo tónico postural se ponen en juego de manera dinámica tres aspectos
del cuerpo descriptos por Bergés (1974). Por un lado, el “cuerpo receptáculo”
recibe lo que proviene del exterior, es decir, las cosas que resultan
agradables, desagradables, los cambio de temperatura, de posturas, el contacto
del otro, su voz, su mirada, etc. - Para que el cuerpo tenga este papel de
receptáculo, la función tónica tendrá que ser competente para recibir el cuerpo
del otro-. Por otro lado, se pone en juego el “cuerpo expresivo” que denota
posturas, gestos, imitaciones, actitudes, diversas maneras de hacer, que captan
la atención del otro y lo invitan a ingresar a un juego vincular. Y por último
el “cuerpo envoltura” que se considera el límite entre el exterior y el
interior, entre lo propio y lo de los otros, disponiéndose un borde respecto
del cuerpo, que permite de este modo conocer los límites de sí mismo e
incorporar los de los demás.
La dialéctica
de la demanda, la oferta y el deseo estará
instalada desde este primer diálogo afectivo. Cuando el otro
da sentido, codifica[iv] la acción del
niño, al hablar de la función (no como un hecho biológico) adopta una posición
interrogativa preguntándose sobre lo que le sucede, a través del lenguaje.
Permitiendo que aquello que hace el bebé no sea tomado como un signo fijo (por
ejemplo interpretar que cuando llora solo tiene hambre), sino que tenga valor
significante. De este modo, enlaza
estos significantes al cuerpo, introduce lo simbólico en la función vía las
palabras que la sostienen y crean el funcionamiento corporal del niño. Es
decir que, a través de las palabras donadas por los padres, las actividades del
niño también cobrarán sentido para él.
Este
pasaje vital del cuerpo orgánico al cuerpo psicomotor, se conquistará mediante
las caricias, la mirada, el sostén, el habla libidinizada y la escucha
expectante, que el otro le brinda al bebe, ya que la condición de todo cuerpo
humanizado es ser real, discursivo, simbólico e imaginario[v].
En
esta relación de los padres con el cuerpo, irán ligando la sensación con una
acción, que será vehiculizada por la palabra la cual sostiene y anticipa.
Sensación, acción y palabra se funden para “comprender como la palabra mueve,
la sensación habla y la acción toca” (Calmels, 2003:15). Es decir, el adulto
transmite desde instantes muy tempranos, a través del diálogo tónico postural,
que la palabra, la voz, el movimiento y el gesto están entrelazados en un mismo
acto, demostrando en cada ocasión como el cuerpo y el lenguaje son
indisociables uno del otro.
El
diálogo tónico postural se desarrolla dentro de un “espacio transicional”
(Winnicott, 1951), que se caracteriza por ser un campo potencial intermedio
entre la realidad interior o personal y el mundo real. Este tercer campo, donde
se ubica también el juego y donde la palabra circula, implica tanto la realidad
interior del otro como la del niño, entramándose ambas en una realidad
temporo-espacial común. Por eso durante los intercambios en la
alimentación e higiene y los juegos corporales, es donde se desarrolla todo un
proceso de asimilación y acomodación entre los cuerpos, un ajuste postural a
través de las fluctuaciones del tono. No solo a través de la armonía se plantea
el diálogo tónico postural, sino que también lo concebimos con asimetrías, desarmonías y diferencias
que marcan tanto al cuerpo del niño como el de los padres. La asimetría de la relación es causa del
estado de prematurez del bebe, en contraste con la de los padres que cuentan
con todo una estructura neurofisiológica y psíquica que los sostiene y permite
ofrecerle al niño toda una estructura simbólica transfiriendo su propia
posición funcional a sus funciones. La desarmonía comienza por la falta
relativa de sincronización del ritmo parental y del ritmo del niño, que implica
para él un estimulo esencial que lo lleva a demandar, apelando al otro para
satisfacer sus necesidades, Un ejemplo serían los juegos de presencia-ausencia
o los tiempos de espera entre lo que el niño demanda y el otro le ofrece, que
hacen que esta relación no sea, afortunadamente, “perfecta”.
Las
fallas concernientes al ambiente le permiten al niño frustrarse y
de esta manera, gracias a la
adquisición de experiencias, utilizar las herramientas necesarias que le permitan
atenuar estas diferencias y tolerar las frustraciones. Incrementando su
mundo simbólico e imaginario en función de que la diferencia se torne
constitutiva, estructurando su aparato psíquico e incentivando su deseo. Esta
diferencia constitutiva, le permite al niño distinguirse de los demás, situando
en la diferencia la propia subjetividad.
Dentro
de este “espacio transicional” se ponen en juego dos campos tónico-posturales y
actitudinales que arman un recorrido original “cuyas fronteras solo reconocen,
por un lado, los límites de la creatividad y de la imaginación, pero por el
otro, solo pueden extenderse en el espacio dibujado por la riqueza de
movimientos del niño” (Jerusalinsky, 1988:60). Todo lo que acontece en este vínculo amoroso es creativo,
único, especial, transformando a los participantes en cada encuentro. Así, lo constitutivo del diálogo es
que está dirigido hacia alguien, está destinado afectivamente y conlleva una
motivación de orden comunicativo.
Es importante destacar que lo que se instaura desde
los primeros años de vida, en el transcurso de esta relación tónica,
discursiva, afectiva y emocional, es un rasgo permanente con el que el niño
entra en relación con el mundo. Por eso a través del diálogo tónico
postural, vínculo primario y gestante
del cuerpo y el lenguaje, la presencia del otro dona un espacio, una posición
simbólica, una imagen, a través de palabras, melodías, miradas y caricias,
dejando una huella constitutiva en el bebe. Estas huellas vinculares crean la materia prima que el niño,
camino de su propia formación, tomará como trama para tejer su historia
personal, creando a través del diálogo tónico postural una matriz afectiva, de
aprendizaje[vi]
y de comunicación, para encontrarse con los otros.
En
suma, se considera al diálogo tónico postural como el primer
vínculo esencial entre el niño y sus
padres o quienes cumplan sus funciones. A través de
esta relación corporal, emocional y afectivo, que toma como escenarios los
juegos corporales y los contactos
diarios, es donde el niño entrelaza
la estructura biológica al lenguaje produciendo el desarrollo psicomotor. El
cuerpo y el lenguaje se articulan en el eje de la
subjetividad, encontrando en el diálogo tónico postural el espacio apropiado
para hacerlo. Tenemos que
destacar sus dos componentes, por una lado el diálogo como instrumento del lenguaje
que porta los sonidos de la Lengua (que el niño percibe antes de hablar él
mismo), constituyéndose como función más primitiva y permanente de comunicación, estableciendo
una comunión, un vínculo emocional inmediato entre el bebe y el otro anterior a
toda relación intelectual ya que crea la participación, combinando el gesto
expresivo y la sensibilidad, produciéndose una acomodación simultáneamente
motriz y mental e instaurándose
el lenguaje de la afectividad a través del movimiento y la postura.
Por el
otro, es en la función tónica y postural, dónde la estructura tónica queda
determinada por la intensidad con la que se viven las primeras reacciones
tónico-emocionales, inscribiéndose una historia y una manera de ser particular.
De la misma forma la función motriz ya no significará solo movimiento y tono,
sino que asume un verdadero valor de gesto y actitud, al haber otro que
codifica las diversas manifestaciones tónico-posturales del bebe.
El diálogo
tónico postural es capaz de entretejer en sí mismo el nivel perceptual, motor,
cognoscitivo, operatorio y afectivo. Como afirma Ajuriaguerra (1979), cada
palabra está preparada, y de alguna manera, en gestación orgánica en una
actitud, en una postura o en un gesto que el niño, al percibirlo, incorpora;
encontrándole una resonancia anticipada.
Además este vínculo se define por dos
características opuestas pero complementarias. Por un lado el niño necesita de
las semejanzas, las identificaciones y la armonía en la relación con sus padres
y el mundo que lo rodea, pero le será necesario experimentar las asimetrías, la
desarmonía y las diferencias para poder reconocerse como un individuo respecto
de los demás. El otro nos enseña que el cuerpo es elemento
fundamental de relación, que es historia evolutiva y subjetiva. Que es uno
separado del resto, pero que forma parte de un entramado social que nos hace
estar presentes.
Por lo tanto, es a través del diálogo tónico postural
que se gesta una modalidad de ser y
estar en el mundo, un modo de relacionarse con los otros y de aprender y
comunicarse con el cuerpo atravesado y envuelto por el lenguaje, organizándose de esta manera el funcionamiento
psicomotor y la matriz afectiva, de comunicación y de aprendizaje, con la que
enfrentaremos el mundo que nos ha tocado habitar.
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Ø _____________ (1951) Escritos de pediatría y psicoanálisis. Barcelona:
Laia.
[i] No
hablamos solo de la función materna, sino que incluimos y damos importancia a
la función paterna, ya que la pareja parental conforma el primer núcleo social
y vínculo esencial afectivo que contiene al bebe, el que le da amor, confianza
y seguridad.
[ii] Comportamientos de orientación, búsqueda,
manipulación, desplazamientos, retracción, defensa, etc.
[iii] Uno
de los principales momentos donde se juega este dinamismo entre las necesidades
orgánicas y psíquicas (afectivas) es en el acto de amamantamiento o
alimentación, que no solo es un acto nutricio sino que es un acto constitutivo
para el bebe. Pues, entre otras cosas, están implicados el sostén que le dará
la confianza y la seguridad en sí mismo y en el mundo exterior, la donación de
posturas, miradas, gestos, palabras, melodías y la acomodación de los ritmos
primarios del niño con el mundo-otro.
[iv] Se habla de codificación y no de decodificación, ya que
los padres inscriben en el código del Lenguaje al niño. Un código
socio-cultural que posee sus propias leyes y en donde se constituyen el cuerpo
y el Lenguaje. A través de esta codificación, los padres significa las
modificaciones tónico-posturales del niño, dándoles valor de gestos, emociones
y actitudes.
[v] El cuerpo pertenece a un universo imaginario anudado
al real y al simbólico. Cuando el niño llama al otro, en ese tiempo de espera
entre la demanda y la satisfacción, el niño evoca aquello que desea, llenando
esa espera con imágenes haciéndola más tolerable. El otro libidiniza la imagen
del niño a través de su deseo y se presta como espejo identificatorio en el
cual el niño se podrá reconocer. El poder de la imagen reside
en que el otro anticipa al niño su unidad, que podrá conquistar luego de pasar
por el “Estadio del espejo” (Lacan, 1984). Gracias al pasaje por este estadio, el pequeño
descubrirá que lo vivenciado como fragmentos en realidad forman parte de un
todo, estas piezas se entrelazan para conformar su cuerpo. La imagen del cuerpo
se construye cuando el niño en el encuentro con el espejo, vislumbra que lo que
ve es él mismo y logra armar la concordancia entre la imagen visual del cuerpo
y el cuerpo kinestésico. Es a partir de esta unificación especular que se
conforma el esquema mental del cuerpo, que organiza al niño en su actividad.
[vi] A
través del diálogo tónico postural también se constituye una “matriz de
aprendizaje” (Quiroga, 1988), un modelo
interno primario desde donde se va armando la actitud del y para el
aprendizaje. Una modalidad relativamente estable de acción, pensamiento y
sensibilidad para captar, ubicarnos y operar en el campo de la realidad y del
conocimiento. “Se aprende por necesidad o por miedo, se aprende por amor, por
identificación, con placer o con sufrimiento, con libertad y con sumisión, el
aprendizaje es siempre el producto de un proceso vincular, aprendemos siempre
para otro, con otro o contra otra” (Quiroga, citado en Chokler, 1998:72).
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