MAFÜL
Leyenda
Hace tanto años que es difícil contarlos, la tierra estaba habitada por
una muy pequeña cantidad de personas. Todas gozaban de buena salud, pero sus
cuerpos tenían una particularidad: No poseían brazos.
Podían hacer absolutamente todas las tareas con los pies, con la boca,
hasta incluso con la cabeza, y eran muy felices viviendo así. No conocían otro
modo.
Había una muchacha en particular, la más valiente y alegre. Le gustaba
mucho estar con su familia y trabajar haciendo los mejores utensilios de cerámica.
Pero lo que más disfrutaba era treparse a un árbol particular, el de las hojas
más grandes, al cual solía hablarle y observar desde arriba el vasto mundo,
pensando en su hermana quien se había ido hacía muchos años buscando nuevas
aventuras. Pensar en ella y en lo que la extrañaba le provocaba una gran tristeza
que se traducía en lágrimas que recorrían a diario sus mejillas y caían sobre
la base del árbol, regando sus raíces.
Pero hubo un día especial, en el que algo sucedió. Desde lo alto de su
árbol divisó a lo lejos que una persona se acercaba. Sin dudas era ella. Sintió
tanta emoción que de un salto bajó del árbol y corrió a buscarla. Se sentía tan
feliz de volver a verla, su sonrisa ocupaba todo su rostro y sus lágrimas esta
vez eran de felicidad. Pero sentía algo tan fuerte dentro de ella que no podía
demostrar, no sabía como hacerlo.
Era la sensación más fuerte que jamás había sentido. Era como si su
corazón quisiera salir de su cuerpo para encontrarse junto al de su hermana,
como si sus almas quisieran unirse en una sola.
Una extraña fuerza en su interior hizo que se arrodillara. Su hermana
sin entenderlo, también lo hizo. En ese instante sintió un gran dolor sobre su
pecho, como si su corazón realmente pudiera estar saliendo y un extraño viento a
su alrededor, que trajo con él las hojas de aquel árbol, la obligó a cerrar los
ojos.
El intenso dolor comenzó a extenderse por el costado de su cuerpo y
comenzaron a brotar dos protuberancias. Eran como las ramas de su árbol, pero
éstas estaban cubiertas de piel. No podía entender que sucedía. Pero esta misma fuerza que brotó de su interior
la impulsó contra su hermana y la llevó a rodearla con esas nuevas partes.
A través del más profundo suspiro pudo por fin expresar esa sensación.
Rodeando a su hermana podía realmente sentir que sus almas eran solo una, que
sus corazones estaban unidos.
Y así es como, hace tantos años que es difícil contarlos, nacieron los
abrazos.
Los abrazos se fueron multiplicando y esta sensación se volvió tan
fuerte que a partir de ese momento cada niño que nacía venía equipado con la
posibilidad del abrazo.