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Sevilla.
Febrero 2016.
1.-Introducción.
Una parte importante de nuestra
labor formativa en relación con la PPA, cuando no es la formación educativa o a
la ayuda está relacionada con el trabajo de Formación
Continuada. Esta vertiente, si se centra en el lado terapéutico, incide
tanto en la profundización de los conceptos teóricos que sostienen los principios
fundantes de nuestra labor como la realidad cotidiana ante el encuentro transformador
del sufrimiento psicocorporal y psicomotor de determinado sujeto. Es ahí cuando
se constatan numerosos impasses y detenciones.
La dificultad de sistematizar
una cura, de elaborar una dirección para el tratamiento, corroborar una
hipótesis, hablar con agentes externos u otros especialistas etc, provocan
cuando menos varias reacciones. La una: el
dispositivo psicomotor curaría por sí mismo. Falso. El dispositivo, per sé no garantiza nada, en cuanto que
es sostenido por un agente, el terapeuta, que puede llegar a hacer de él el
objeto de sus proyecciones fantasmáticas. Otra reacción: la de ir a buscar en otros saberes las
herramientas clínicas que nos orienten en el tratamiento. Esta posición
también puede ser sumamente peligrosa en la medida que la tecnicidad clínica se
vea confundida por otras teorías que la subordinen. Si bien la PP (práctica
psicomotriz) se funda en presupuestos psicodinámicos aplicados ni la PP es un psicoanálisis
puro, ni este se extrapola estrictamente a la PP; aunque pueda darse una
dialéctica enormemente enriquecedora entre ambos, con sus conexiones y
desconexiones, a condición de no confundirlas.
Veamos entonces, cuales son las líneas
clínicas generales a la hora de orientar un tratamiento psicomotor, tomado como
punto de partida los elementos aportados por un texto editado: “La práctica psicomotriz en el tratamiento
psíquico”. (Rodriguez Ribas, 2013). Este escrito bebe a su vez, de las aportaciones de Bernard Aucouturier (1985,
2004) así como, de mis colegas de la AEC/ASEFOP: Katty Homar, Josep Rota
(2015), Iolanda Vives (2001), Ana Luna, Cira Rodríguez, Pilar Crespo y Marta
Pascual.
2.-Clínica de la
psicomotricidad.
Si en su
momento definimos a la Práctica
Psicomotriz como: una ayuda aplicada que toma la expresividad del cuerpo y
del juego, como causa del lenguaje (historia) sobre la motricidad (motilidad),
para permitir que el sujeto encuentre un nuevo sentido a sus producciones
(actos y dichos) (Rodríguez Ribas, 2004). El gran objetivo de una
ayuda psicomotriz terapéutica sería el de: crear las condiciones que
posibiliten que dicho sujeto encuentre una significación –un darse-cuenta-
diferente, a sus producciones (actos o dichos, juegos o palabras), para poder
situarse (saber-hacer-con) de otra manera en su vida, frente a su deseo y goce
fantasmático (Rodríguez Ribas. 2005); con lo que el síntoma o trastorno no
tendrían su razón de ser, cayendo. Es ahí cuando, al igual que S. Freud, B.
Aucouturier afirmaba que: “curamos por añadidura”, es decir, por no incidir
directamente en el síntoma. A eso le denominó: “estrategia de rodeo”. Sin
entrar en excesivos detalles, también comentamos en su momento que los mínimos elementos para que una cura terapéutica pueda emerger
son: el tiempo, la presencia
y la palabra. En un proceso
que pasa por la:
-Demanda,
sufrimiento, síntoma.
-Escucha,
Observación (neutralidad benevolente, docilidad...).
-Relación
transferencial (abstinencia, empatía,
resonancias tónicas...suposición de saber).
-Proyecto,
Dirección de la Cura.
Síntesis. Hipótesis.
-Encuadre.
Setting: espacio, tiempo,
material, pago.
-Intervención
de Ayuda.
-Supervisión.
Reformulación del proyecto.
-Final de
la cura.
Ordenemos clínicamente dichos elementos constituyentes
de este abordaje:
1.-Contexto:
persona, tipo de Centro, Escuela, lugar del psicomotricista. Equipo,
componentes, orientación etc.
2.- Demanda
inicial, motivo de la demanda.
Entrevista Familiar. Análisis de la Demanda: ¿de qué se queja?,
¿quién se queja?...
3.-Anamnesis y Entrevistas preliminares. Antecedentes familiares, personales,
exploración física y psicopatológica, pruebas complementarias (analítica, TAC,
RMN, Rx, audiometría ECG, EMG, etc.), tests psicomotores, balance psicomotor, pruebas proyectivas etc. Índices de estructura
de personalidad.
4.-Sesiones Preliminares de Observación. (+-3-4…)
Observación de índices significativos de expresividad
somática (corporales) y emergentes
semánticos (verbales), en AME (actividad
motriz espontánea) y situaciones concretas, pulsionales, fantasmáticas,
sensoriomotrices… como en verbalización espontánea (asociación libre)
5.- Impresión Diagnóstica e Hipótesis
Clínica (eje sincrónico) preliminar: Proyecto Clínico. Articular
las diferentes informaciones adquiridas. Prescripciones clínicas y/o terapéuticas
en Equipo o con otros especialistas. Devolución a los padres con las propuestas
del plan terapéutico…Comienza la terapia.
6.-Sesiones Iniciales de
Observación. Una observación más afinada con estructura de sesión.
Análisis de la expresividad del niño y de la relación que establece con el
terapeuta. Vínculo relacional: cómo se consigue este, índices para ver que esta
relación se modifica: empatía, transferencia y resonancias tónicas.
6.- Elaboración de la Hipótesis Terapéutica
(eje diacrónico, inicial). Índices de Estructura Psicomotriz. Hipótesis,
objetivos y dirección del tratamiento
a partir de la anamnesis, las entrevistas preliminares y la información de las
sesiones preliminares e iniciales.
7.- Tratamiento
-Fase Inicial:
3, 4 sesiones. Desarrollo de la terapia.
-Fase Media: análisis, Reformulación de la Hipótesis Terapéutica.
Cada cierto tiempo, revisión de la hipótesis y cómo esta se transforma.
También recogemos cómo evoluciona fuera de la sala. Posible reformulación de
la Hipótesis Clínica según la evolución global. Un tratamiento implica
reformular las Hipótesis clínica y Terapéutica periódicamente, estableciendo
conexiones entre lo mostrado por el paciente y los efectos de las
intervenciones del terapeuta.
-Fase Final:
Como finalizamos la intervención o como seguimos el tratamiento a partir de las
Hipótesis. Quien demanda el alta. Cómo evoluciona fuera de la sala y su
entorno. Como preparamos la despedida.
Veamos a continuación, de
manera más pormenorizada algunos de los elementos clínicos.
3.- Proyecto clínico. Entrevistas previas:
la Anamnesis.
Como se ha enunciado abogamos
por poner al paciente en el centro de su proyecto clínico. Pero, sin duda, la consistencia de
dicho propósito dependerá tanto de la idea previa, del esquema conceptual que se tenga de partida, como del tipo de
trastorno subjetivo que presente y el remedio que se sugiera.
Aclarado esto, cada paciente contará con una Historia
Clínica personal donde se reflejen tanto los orígenes como el curso de su
enfermedad. Haciendo constar quiénes serán sus referentes clínicos y
terapéuticos[1]. Como en toda historia
clínica que se precie figurará: una anamnesis,
las exploraciones (físicas, psicopatológicas y complementarias), una
orientación diagnóstica, orientación pronostica, el tratamiento, la evolución y
su epicrisis.
Un psicomotricista, antes de hacerse cargo de un
paciente deberá realizar una anamnesis
rigurosa tendente a explorar y valorar si está indicado, o no, su
inclusión en un grupo psicomotor. Dichas entrevistas preliminares pueden ser
variables en número y duración. Para ello, tendrá que recabar los datos previos
disponibles, no tanto en cantidad como en relevancia subjetiva.
Simultáneamente, de este tiempo dedicado a recabar información nacerá la posibilidad de instaurar una alianza terapéutica que
tomará, más tarde, forma transferencial.
La Anamnesis (Vallejo Ruiloba, 2008: 10) del
paciente deberá constar de: filiación,
motivo de consulta, la enfermedad actual, los antecedentes personales (físicos,
psíquicos y consumo de tóxicos) así como los antecedentes familiares. De
entrada, los datos recabados vendrán recogidos en la imprescindible anamnesis
evolutiva, neurológica, cognitiva y relacional. Tampoco desconoceremos
las informaciones aportadas por los antecedentes previos, el centro escolar,
así como las pruebas complementarias
e informes sanitarios. Las entrevistas parentales y con el paciente a solas,
darán pistas muy valiosas. Es a partir de ahí cuando pueden comenzar las observaciones diagnósticas. Por lo
tanto, se requiere una patografía
psicobiográfica rigurosa, donde se
analicen las tesituras y acontecimientos vitales desencadenantes, junto con una
visión de conjunto, sumado a una correcta asignación
nosológica sea a nivel psicopatológico o estructural.
Todo lo anterior, junto con las observaciones
preliminares en sala, va a conducir a la elaboración de una hipótesis clínica
y diagnóstica preliminar, que cuente
con indicaciones de tipo etiológico (orígenes), como patogénicos
(mecanismos desencadenantes, mórbidos y restitutivos). Lo que comportará una
recomendación que oriente la cura y que se va a concretar en la dirección
del tratamiento y los abordajes terapéuticos
que se propongan, tendentes a la estabilización o suplencia de los mecanismos
subjetivos implicados (Aucouturier, Darrault y Empinet,
1985).
Sin embargo, dicho proyecto clínico hipotético,
reformulable en todo momento, tampoco podrá desconocer algunos aspectos
constitutivos del tratamiento: como la
propia familia, la transferencia, el impacto sobre el contexto, la duración, el
pago o el posible final de la cura. Nuestra personal experiencia clínica,
nos indica que las mayores transformaciones subjetivas no necesariamente son
debidas a una profusión de medios, material y programas. A partir del análisis
del motivo de demanda, de los antecedentes, de la exploración de la
situación actual y del proyecto clínico y terapéutico ya podremos hacernos con
una opinión previa. Para ello, habremos de atender a la pertinencia de dicho
abordaje mediante la conversación o sesión clínica, dentro del equipo, para
elaborar un proyecto individualizado, tomándose el tiempo que sea menester para
cotejar la efectiva inclusión en el grupo, el trabajo familiar, social y en red etc. Etapas estas que es mejor no
precipitar.
4.- Construcción de la Hipótesis Terapéutica.
Conocemos
que el análisis psicomotor viene
a evitar justamente aquello que el diagnóstico médico provoca. De
un lado, la cosificación del signo neuromotor que ignora lo que de psico tiene la relación de un sujeto
a su cuerpo con la posible etiquetación
del enfermo y peor aún, su estigmatización.
Y, por otro, que la noción diagnostica, máxime la contemporánea se basa
una clínica de la mirada al situarse a la búsqueda de una evidencia objetivante o estadística
que pretende ser instantánea y transversal, donde queda desatendida toda alusión a la posible etiología y patogenia
particular: como empezó, como respondió y como se arregló el sujeto con
su sufrimiento. De ahí que la Practica Psicomotriz orientada psicoanalíticamente, opera por medio de una
subversión de los tiempos. Es en el después,
en el a posteriori, el apresa-cup,
de lo observado y escuchado donde el
síntoma puede alcanzar el sentido de un antes que modifique las significaciones
fijadas.
Sabemos, también, del ambiguo estatuto del síntoma
psicomotor. Si de un lado el
síntoma es una formación sustitutiva (“quiere decir algo”), esto
es, de compromiso entre el principio del placer -inconsciente y pulsional, y el
principio de realidad-consciente y simbólico-; justo es también una satisfacción sustitutiva (“sirve para algo”), una
satisfacción que llega a ser, incluso, displacentera pero que puede sostener
fantasmáticamente al sujeto en el mundo cumpliendo alguna función u otorgándole
cierta identidad.
Para entendernos de manera más didáctica,
vamos a distinguir entre la observación y la escucha, sabiendo de su indisociabilidad más radical. No existe
la una sin la otra. Y juntas, dialécticamente, nos darán algunas pistas para elaborar una hipótesis ajustada al
alumno o paciente. Es obvio recordar que una
habilitación técnica en la observación y la escucha de nada servirán
si no parte de la experiencia de una formación
personal que facilite tomar distancia y elaboración de las proyecciones
subjetivas invadentes, y que pueden distorsionar el curso de la terapia
corriendo un evidente riesgo de provocar auténticos efectos de iatrogenia
psicomotriz.
4.1.-Nivel de Observación. La
Expresividad Somática.
Para ello,
tal y como enuncian Aucouturier,
Darroult y Empinet (1985), acentuaremos ciertos datos demostrativos,
expresivos, que por su carácter semiótico interno pueden resultar evidentes
signos psicopatológicos. Veamos:
1.-Una vez en la sala, este primer nivel y tiempo
vendrá dado por las observaciones
preliminares, que
corresponden al nivel Descriptivo
de la sesión, cuyo resultado es un relato como si de un texto
desplegado se tratara. Sin entrar en detalles, se trata de propiciar un tiempo
de juego espontaneo (AME) durante varias sesiones, en la que
el niño-a pueda expresarse lo más libremente posible. Y también en situaciones concretas, pulsionales, fantasmáticas,
sensoriomotrices: destruir, esconderse, saltar, equilibrarse, construir...
2.-Nivel
segundo, el Discursivo: compuesto por un análisis de las
secuencias y subsecuencias de la sesión de práctica examinando los parámetros de expresividad (espacio, tiempo, material, relaciones con
los otros, relaciones consigo) que resulten significativos.
3.-Luego
extraeremos un tercer nivel, el Narrativo. En este, se conjugan dichos
parámetros. Dicha síntesis nos dará una serie de índices, indicios, llamativos que nos permitan determinar
un perfil psicomotor, un retrato personalizado, una suerte de argumento de la acción, es decir, la manera como
un sujeto manifiesta su globalidad corporal, imaginaria, simbólica y real de manera transversal y sincrónica, en el
aquí y ahora, de lo que Hace y
Dice.
Pero ¿en qué nos fijaremos? ¿Cómo proceder con este proceso de Síntesis?.
Valoraremos tasto los aspectos “positivos”
como los “negativos”, su deseo como su falta, sus excesos como sus objetos...
A.-Rasgos específicos de expresividad:
sensoriomotriz, simbólica, representativa, relacional. Qué es lo más propio de
este niñ@ cuando juega. Sus habilidades, sus destrezas, lo que muestra a ver,
lo que le caracteriza como rasgo singular y propio a niveles de expresividad y
de relación.
B.-Las producciones. Entendiendo como tal
las consecuencias, concluidas, de sus actos y acciones: un juego, un dibujo, una
construcción, una representación, una manifestación sonora etc.
C.-Las repeticiones. Las repeticiones, sobre todo
aquellas que reflejan una evidente compulsividad
durante el juego del niño son algo muy a tener en cuenta y aportan puntos
relevantes vinculados a su personalidad y manifestaciones. Y no necesariamente son de orden patológico,
antes bien, pueden reflejar una experiencia placentera que se revive sin cesar
hasta consolidar su inscripción yoica.
D.-Las
fijaciones: mientras que en las repeticiones podemos constatar una
secuencia temporal, aunque no parezca evidente, las fijaciones sean espaciales, temporales, relacionales, tónicas o
representativas implican una detención del discurso psicomotor. Una congelación que excluye toda otra
actividad o acción: pueden indicar de
manera bastante inequívoca un sufrimiento o un encasillamiento fantasmáticos,
o, en casos más graves, la irrupción
de un goce masivo, fruto de posiciones ligadas a una no-estructuración corporal.
E.-Las impulsiones: son los denominados pasos
al acto. En todo acto, se ha dicho, se suspende el pensamiento.
Piénsese en el acto artístico, el acto sexual o también, el acto psicomotor.
Las impulsiones, aparecen bajo las especies de conductas disruptivas, trastornos del control o manifestaciones de tipo
pulsional: agresión, destrucción, el acto violento o la devoración; que
no llegan a ser jugadas, dramatizadas o simbolizadas sino directamente actuadas
más allá de toda ley contenedora. Denotan, pues, una ausencia de instauración o transgresión de determinados límites
simbólicos dejando al arbitrio de lo real el retorno del goce en toda su
crudeza.
F.-Las inhibiciones: son descritas como un no
atreverse, no ser capaz de
ejecutar una acción a pesar de quererla, por algún tipo de temor angustiante.
Consisten en una dificultad para pasar del pensamiento, del proyecto o la
fantasía a la acción o actividad. Junto con la rumiación, la duda, la culpa, la
rigidez, la procastinacion (postponer)
o la deuda, podemos encontrar inhibiciones ligadas a cierta sintomatología
obsesiva aunque también puedan estar presentes en otros malestares. Las
inhibiciones dan pistas acerca de una cierta fragilidad corporal y, por
tanto son más bien del orden yoico (S. Freud, 1926).
G.-La omisión. Una
omisión no es mismo que una negación: donde lo
enunciado es un claro: esto no lo quiero hacer...En la negación hay una voluntad decidida,
un esfuerzo, aunque sea inconsciente en relación al propio deseo y al del Otro
(“no quiero para mí lo que tú quieres que yo quiera”). En ese sentido, las negaciones, así como ciertas
mentiras o trampas infantiles pueden revelar
una capacidad de juego social con el Otro que traduce un evidente dominio y manejo
simbólicos. Visto así, una negación
no es más que una afirmación disfrazada. Diferente cuestión sucede cuando detrás de
una negación lo que se esconde es una oposición
negativista, desafiante o una provocación, como mensajes al Otro.
Cuando
hablamos de omisión venimos a referirnos a la denegación o la
evitación. Señalamos acá
justamente, aquello que no se hace o dice, lo que se echa a faltar, lo
que no se quiere ver y lo que no se encuentra, por olvidado. Es lo que podemos
nombrar como los silencios (psico)motrices ante determinadas actividades: lo que se hecha a faltar en su
expresividad sensoriomotriz o representativa que, como es lógico, corresponderá
al a posteriori de un cierto tiempo
de acción. Las omisiones, no necesariamente tienen porqué suponer un signo
patológico o de dificultad: pueden deberse a una simple cuestión del tiempo
necesario para desplegar o hacer evolucionar su creatividad, espontaneidad o
madurez psicomotriz. Pero, a veces, hay silencios o secretos que llaman mucho
la atención: pueden haber omisiones
muy significativas e incluso ignorancias muy intencionadas...
H.-Por
último, el lapsus psicomotor: Fue J. Defontaine (1982) y J. Le Dú
(1985), al menos desde nuestras
referencias, quienes hicieron alusión a él en concreto. El lapsus no
consiste en un paso al acto. Más bien remite al acting-out, que
describe S. Freud, a la irrupción, la
intromisión del inconsciente simbolizado en una acción. Una acción que como
formación del inconsciente, llama a su interpretación. El lapsus, el
olvido, el equívoco, el acto fallido, las homologías y homofonías etc., también
tienen su contribución a la expresividad somática y estructura psicomotriz, en
tanto significantes de la historia de un sujeto traducida al cuerpo.
4.3.-Nivel de Escucha. La Emergencia Semántica.
Si un sujeto manifiesta tanto corporal como
verbalmente, su propia condición justo
habrá que tenerle en cuenta no solo lo que hace, cómo y porqué lo hace; sino lo
que dice, cómo y porqué lo dice.
Dichos y hechos son
manifestaciones, conscientes o inconscientes, de una historia particular que le
es propia y que puede ser contada o proyectada bajo formas sensoriomotrices, representativas
o verbales. Y ambos, el juego y la
palabra, la acción y la dicción, se
constituyen sobre una similar estructura simbólica. Al relato hablado, a la síntesis de la verbalización
desencadenada tanto por las actividades sensoriomotrices o representativas
actuadas como por las asociaciones libres que surjan a partir de cualquier
motivo, desde una enunciación singular, lo denominamos: emergencia semántica[2].
En la escucha de la estructura psicomotriz van
a contar
las palabras utilizadas, mientras se actúa en el interior de la escena psicomotriz; cuentan también
aquellas que dan sentido o aportan significantes, muchos de ellos
privilegiados, únicos y genuinos. Y cuentan también aquellas que se dicen en la otra escena, en el momento de sesión, sentados,
verbalizando dentro del dispositivo. Es por ello, que lo que denominamos emergencia semántica es el reflejo de
aquellos significantes o representaciones que comandaron sus elecciones
subjetivas, y como se organizó y articuló -de manera diacrónica, longitudinal- la relación de cada sujeto con el lenguaje,
en su armazón o edificio simbólico.
De manera tal que se procederá de
modo idéntico al anterior análisis.
Niveles de descripción y análisis de
los contenidos verbales, ateniéndonos: a las repeticiones, las
fijaciones, las impulsiones, inhibiciones, omisiones, lapsus, olvidos… etc. Este
proceso puede desembocar en la formulación sintética
de los emergentes semánticos, simbólicos,
propios: históricos, afectivos y emocionales que marcaron y se encarnaron en el
devenir de un sujeto desde sus primeras relaciones. Los dichos más
significativos, lo que cuenta y dice respecto a su historia o sus teorías
infantiles...No en vano y de manera similar, es el procedimiento empleado por
el propio psicoanálisis.
4.4.-Síntesis:
Índices de Estructura Psicomotriz.
El hecho de que los índices
somáticos y semánticos seleccionados, en general sigan pautas similares o
congruentes confirma lo que hemos venido insistiendo: que el hacer y el decir, aunque con
especificidades propias, son caras de un mismo discurso.
Como resultado del análisis de la expresividad somática y la emergencia semántica -de
los hechos y dichos de un sujeto- ante una experiencia vivida en la escena
psicomotriz y fuera de ella, vamos a contar con ciertos indicios, rasgos, trazos y emergentes de estructura psicomotriz, señales
de la (im)posible globalidad corporal de un sujeto, a niveles tanto manifiestos
o conscientes como latentes o inconscientes; verbales o no verbales y actuales
o longitudinales, históricos. Llegados a este punto, suele llamar la atención
la enorme coherencia -no podría ser de otra manera, ya que se trata del mismo
sujeto- en esta reducción a varias frases,
que, cual radiografía, describen lo más genuino de alguien en su juego,
en sus decires y en sus producciones. Articulación que como sabemos no es
cualquiera. Pero que, a su vez, nos permite fijarnos en las incoherencias, en
las posibilidades o imposibilidades y también en las contingencias y las
paradojas encontradas en el análisis discursivo de determinado sujeto.
Sabremos, en consecuencia, de los acuerdos –o desacuerdos- posibles que se da
entre el hacer y el decir de alguien cuando algo se pone en juego.
Índices significativos. Pongamos atención cuando
aludamos a estos índices y acentuemos lo de indicio, lo aproximativo o alusivo
en tanto significación dada, ya que como tal hay que tomarlos. Pero que son los
que permiten componer un determinado perfil psicomotor de un sujeto, es
decir, la enunciación de lo más
significativo en la interrelación global
de las diversas esferas, en alguien. Ahora bien, dicho proceso, digamos deconstructivo, no puede excluir al divino
detalle, tan caro a Freud. En el acting de pasada, en la alusión velada, en el lapsus psicomotor, en el
equívoco rectificado o en la homofonía verbal, encontraremos la
irrupción del inconsciente puesto en acto. Al terapeuta le corresponderá tomar
cumplida nota de esta otra escena
como un significante que se ofrece a su señalamiento e interpretación. Pero no
es menos cierto que no hay signos
inefables de verdad en lo que al cuerpo y al inconsciente corresponde. No existe el signo patognomónico en
lo que a la expresividad se refiere: en el sentido médico de una
equivalencia patológica certera. En
ese sentido, tanto el cuerpo como la palabra son portadores de su
verdad... y de su mentira.
En psicomotricidad no existen, por mucho que se desee,
los índices objetivamente evidentes que señalen la causa de un malestar o
síntoma. Y que son las que nos permiten hablar de cuadros clínicos del tipo de inestabilidad
o inhibición psicomotriz (De Ajuriaguerra, 1987 y 2000). Al igual que en psicopatología
o psiquiatría de la diferentes estructuras de la subjetividad: neurosis,
perversión, psicosis o autismo; junto
con su sintomatología: neurosis obsesiva, conversión histérica, fobia,
esquizofrenia, psicosis maníaco-depresiva...
4.5.-La Hipótesis Psicomotriz.
Una Hipótesis
psicomotriz Terapéutica tal y como lo entendemos, es una construcción, una explicación
psicológica, así lo definía B. Aucouturier, que, bajo un modelo psicodinámico
permite dar cuenta de cómo y por qué fue causado determinado malestar o dificultad,
en alguien que sufre. Como se ha dicho, una hipótesis es un intento de
re-construcción, a posteriori,
de un futuro anterior siendo
elaborada de manera inductiva, longitudinal y partiendo de la concatenación
lógica dada por los análisis de la
observación y escucha de un sujeto en su acción y palabra. En la medida que una hipótesis es un intento explicativo sostenido teóricamente
que permite hacerse con una composición etiológica, patogénica y diagnóstica
del sujeto; es por lo que se pude proponerse
ciertas directrices en aras de orientar las propuestas de intervención.
Recordamos, fundamentalmente, los dos ejes: un eje
longitudinal y diacrónico, que
también nombramos como: de escucha. Y un eje, transversal y
sincrónico: o de la mirada. Al primero, lo titulamos de
emergencia semántica que corresponde a
los decires del sujeto. El segundo, de expresividad somática,
está en relación con los haceres
en la sesión. La síntesis de
los parámetros somáticos y semánticos aportan unos índices, indicios, significativos de
Estructura Psicomotriz o subjetiva que ayudan a determinar un
perfil psicomotor, un retrato personalizado, sobre la manera que un
sujeto manifiesta su anudamiento y organización corporal. Retrato que es
reflejo en el aspecto somático,
corporal, de una expresividad presente, en el aquí y el ahora de la escena
psicomotriz. Mientras que el semántico, nos retrotrae a una historia y a
como esa historia, presente, pasada o futura se ha podido narrar a lo largo de
la sesión. Acá se trata de encontrar los puntos de conexión, de
coincidencia, de coherencia o no, entre lo que hace y dice, juega y habla.
Para a partir de ahí, seguir animando a la actividad motriz espontánea, el
juego libre o la asociación libre, la palabra que permitan elaborar y expresar
aquello latente de lo que el síntoma fue su cara manifiesta.
Una hipótesis
que se precie, tiene intención subjetivante, es decir,
afecta a la persona en su recorrido histórico y corporal. Son los puntos de
definición y señalización, los faros, que componen el relato del sentido que podemos dar a una
historia que se manifiesta, y de la que el sujeto partió, a la búsqueda de sus
propias producciones. Entendida así, una hipótesis emite una luz para el terapeuta
indicando una dirección durante cierto tiempo. Pero una hipótesis, a pesar de que intente articular la práctica con
una teoría que la sostenga y le dé sentido, justo por eso, no puede tener
vocación de totalidad. Simplemente porque no existe la teoría total es por lo que una hipótesis toma su
arranque en la imposibilidad epistémica de la univocidad sujeto- objeto. Con lo
que no puede, ni debe, explicarlo todo, siendo enunciada de manera provisional y
transitoria y
susceptible de revisión a poco que varíen sus Índices a lo largo del
tratamiento.
Ligado a
esto, los conceptos referenciales y operativos de nuestra tecnicidad -que no habría que descuidar- permiten
mantener dicha relación entre lo que la práctica nos muestra y un modelo
teórico que la sostiene para poder dar cuenta lógica de una verdad personal
inconsciente a tratar.
El psicomotricista es capaz de referir los comportamientos y la
evolución del niño a teorías psicológicas en la medida en que las haya
integrado. La empatía tónica consiste en una sensibilidad más aguda para
las modificaciones tónico-emocionales del niño que, por medio de ajustes,
favorece el dialogo tónico (Aucouturier,
Darrault y Empinet, 1985:
265).
Por
lo que respecta a la Práctica Psicomotriz, en nuestra línea, deberemos
recordamos alguno de estos pilares. Para ello, tenemos la teorización de las angustias arcaicas o primitivas
de B. Aucouturier (2004, cit. Haag[3]), que
nos resulta muy eficaz a la hora de poder conducirnos en nuestra ayuda: nos
referimos a las definidas como angustias de licuefacción, caída, de
hemicuerpo, y despellejamiento. Tampoco podremos dejar de lado los
conceptos referidos a la pulsionalidad, los engramas de acción-interacción-transformación
facilitadores de cambio o todo el último desarrollo aucouturiano (2004) en
torno a los fantasmas originarios y de acción y su representación, bajo
los subsecuentes esquemas de acción. Asimismo, atenderemos a las resonancias
tónico-emocionales reciprocas como índices intersubjetivos muy a tomar en
cuenta en la conducción de una cura. Por lo que afecta al manejo, como se ha
visto, no descartaremos las formalizaciones clínicas y las provenientes de la
psicopatología, las terapias grupales o las del propio psicoanálisis.
Pero no
olvidemos que la finalidad de una hipótesis que se precie, es la de tomar una determinada táctica en la
orientación e intervención, frente a un alumno o paciente. La hipótesis, aporta (al igual que un mito)
un sentido sobre los orígenes y entonces, sobre el posible destino de una
persona. Sugiere e indica que caminos a tomar, desbroza el terreno y
acentúa lo verdadero de cada cual, marcando una dirección y una línea de
intervención en aquellos aspectos sobre los que incidir. A fin de cuentas, una
sala de ayuda no deja de ser un lugar
de encuentro contingente, que posibilita una nueva forma de situarse frente
a las propias determinaciones: “Lo que habré sido para lo que estoy
llegando a ser”, enunció J. Lacan (1990 en “Función y Campo de la Palabra y del Lenguaje”).
Sin
embargo, este constructo hipotético por efímero y contingente que sea no debe librarnos de ser lo más rigurosos y
coherentes que podamos. Será dicho rigor teórico-clínico el que otorgue
a nuestra práctica y por ende a nuestra profesión, la dignidad epistémica y
laboral que se merece.
5.- Evolución del
tratamiento: la dirección de la cura.
Coherencia terapéutica. Supervisión.
Anteriormente hemos detallamos la manera de proceder
para elaborar una hipótesis, que nos
informe a la hora de tomar en cuenta la posición subjetiva del paciente
respecto a su historia y su actividad, en la acción terapéutica: en tanto se pueden proponer algunas líneas
directrices para orientar el acompañamiento. En la dirección de la cura, entontes,
a partir de la expresividad y estructura psicomotriz debemos calcular la
estrategia para modificar la posición de alguien; pues la propia hipótesis, a
fin de cuentas, no nos habla sino de cómo
un sujeto en un tiempo histórico concreto pudo ensamblar lo propio
constituyente: real, simbólico e imaginario.
Por lo tanto y en la medida que la hipótesis va modificándose a lo
largo del tratamiento, dicha evolución no deja de afectar al proyecto clínico y terapéutico individual.
En el segundo, desde el cambio dentro del grupo psicomotor. Y sobre el primero,
constatando de manera fehaciente los efectos que otros abordajes tienen
sobre el sujeto, y como un encuadre como el nuestro ha producido alguna
transformación sobre las esferas de la vida de alguien. De esta manera, resulta
básico no ceñirse al mero análisis de lo
sucedido dentro de las sesiones, con cada
paciente el grupo. Dentro de la propia coherencia institucional, entonces, deberá estará
inserto el procedimiento que facilite
y anime sesiones clínicas o de revisión donde los especialistas implicados
puedan conversar a partir de sus respectivos abordajes: sociales, grupales, familiares,
psicofarmacológicos, individuales, ocupacionales, educativos etc.
De lo que se trata, resumidas
cuentas, es de ir verificando
permanentemente nuestra propia hipótesis, es decir, ir ajustando y reformulando la evolución del tratamiento con los
objetivos iniciales que se trazaron para el sujeto. Es en esa
interrelación continua entre teoría y práctica pero sobre todo, entre las
manifestaciones subjetivas concretas de cada paciente y nuestra composición
clínica, donde se juega la partida, apasionante al fin, de la evolución del
tratamiento[4]. Será
en este camino nunca recto, plagado de avances y retrocesos, detenciones y
progresos, de dudas y de certidumbres progresivas donde la labor terapéutica
adquiere su sentido, tanto clínico como ético. Pues a una cuestión ética remite el hecho de poder sostener, sin
desfallecer, el máximo operador de la cura: el deseo de cada uno en su
práctica terapéutica.
Dicho lo cual, un practicante no está solo. Ni como sujeto, ni como profesional. Es ahí donde
el tercer pilar formativo, la
práctica misma, pone a valoración su trabajo.
El control
o la supervisión (mejor: “superaudición”
que diría J-A. Miller), son dispositivos ampliamente extendidos entre aquellas
prácticas clínicas de seriedad y eficacia probadas. Consiste en una propuesta,
por fuera del dispositivo terapéutico, donde
el profesional se dota del tiempo necesario donde hablar de su intervención
de manera distendida, de sus dificultades, de sus resonancias afectivas, sus
detenciones y progresos etc. con alguien que, desde una posición neutra pueda
señalar los puntos técnicos o tácticos que deciden un avance o extravío posibles.
Este espacio de supervisión, que es distinto al análisis de la práctica cotidiana entre colegas, a su vez, permite
poner de manifiesto aspectos fantasmáticos del practicante que actúan como
lentes deformantes e impiden ver con claridad lo que de otra forma se
presentaría nítidamente.
Este momento privilegiado, por su carácter
enriquecedor y confidencial que es el de la supervisión, en numerosas ocasiones
remite tanto a una formación permanente
a niveles de teoría o la práctica, como al análisis
personal del propio profesional.
Por supuesto esto que es una
recomendación, se convierte en una
conminación cuando tratamos con patologías mentales graves, dado el
carácter angustiante que puede revestir el trabajo continuado con las citadas
patologías.
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Médico. Psicoanalista. Psicomotricista. DEA y Doctor en
Psiquiatría (USE). Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis (ELP) y de
la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP. París). Formador en Práctica
Psicomotriz ASEFOP (Bruselas). Profesor Ftad. Ciencias Actividad Física. Univ.
Wales/EADE (Málaga). Formador en la AEC Psicomotriu (Barcelona). Director del
Experto Universitario en Psicomotricidad (MEDAC/UI1/AEC/ASEFOP). Coordinador
del Área de Psicomotricidad de la Fundación CIP (Málaga). Codirector curso:
Psicoanálisis y Sociedad Contemporánea (CFP/USE). Investigador Grupo: ”Sujeto,
sufrimiento y sociedad”(HUM. 018). Miembro del Comité editorial de las
revistas: Desenvolupa (ACAP), Haser, Entrelíneas (APP) y Differenz. Miembro de la: Asociación
Profesional de Psicomotricistas (APP), Asociación para la Expresión y la Comunicación
(AEC), Asociación de Estudios Humanísticos (AEH) X-XI, Asociación Española de
Neuropsiquiatría (AEN), Sociedad Española de Medicina Psicosomática (SEMP), y
de CORPUS (International group for the
cultural studies of the body).
www.revistadepsicomotricidad.com agradece públicamente a José Ángel Rodríguez Ribas por enviar este material desde Sevilla, España.
Se prohíbe toda reproducción total o parcial sin citar la fuente de procedencia.
[1] No
necesariamente deben ser los mismos. De hecho, sobre todo cuando
hablamos de trabajo en instituciones, casi es preferente que no lo sean. Si el
primero tiene una visión de conjunto, articulada y en el tiempo. El segundo
puede ceñirse a lo que sucede bajo su encuadre, aunque luego se converse en el equipo terapéutico.
[2] ¿Existe lo
pre-simbólico? podemos preguntar, a modo de disquisición. La existencia de una lengua verbal y otra
que no lo es, no implica que las dos no estén alienadas al Lenguaje bajo
unas leyes que lo comandan, que son las del universo simbólico. ¿Hay algo de lo
humano que no caiga dentro de la simbolización, aunque sea la de un par
significante? (cu- cu!, dentro-
fuera...). Si, en aquella estructura denominada autística, donde el lenguaje no pudo operar introduciendo con un
primer corte, una diferencia o primera significantización. Pero que, sin
embargo queda a la espera de consentir a su alienación. En ese sentido, no existe lo presimbólico en tanto tal: o se da o no se da.
[3] En: http://www.genevievehaagpublications.fr/category/moi-corporel/
[4] A menudo, deberemos cambiar radicalmente la composición que nos
hemos hecho; en otras ocasiones, tendremos que ser nosotros quienes
tengamos que intervenir enérgicamente para enderezar tal o cual aspecto del tratamiento. O incluso, lo que
sucede muy a menudo, deberemos estar muy atentos a la irrupción de ciertas variables que alteran de manera aparentemente
inexplicable el curso del tratamiento, p.ej. cuando se da un cambio de
medicación, una mudanza de institución, una externalización etc.