“La piedra
calla
lo que en ella
duele”
Donizete Galvão
En el abordaje psicomotriz terapéutico es importante
conocer nuestras propias debilidades y fortalezas a la hora de ejercer en
clínica, ya que, de ese reconocimiento, -que involucra una introspectiva
personal y profesional-, depende en parte, el éxito o no del tratamiento. En
este sentido, existe una premisa que debe posicionarse ante nuestro deseo por
ayudar, que es: no anteponerse ni anticiparse al deseo del otro. Qué pasaría si
ocupáramos un rol en donde se persuade al paciente a realizar tal o cual
acción?, de alguna manera estaríamos obstaculizando la espontaneidad que
propiciamos en dicho encuadre?
Esta premisa de la cual debemos abrazarnos, implica
por ejemplo, no hacer uso invasivo de verbalizaciones, establecer un lenguaje
preciso, claro, que sea descriptivo o interrogativo de la acción del paciente,
oficiando de tal manera como espejo de sí mismo. De esta forma, le otorgamos
valor a sus actitudes, juegos o manifestaciones genuinas, mediante las cuales,
el paciente encuentra la forma de actualizar el síntoma.
En este sentido, el quehacer terapéutico, no sólo se
construye a partir de lo dicho -adecuadamente-, sino que, también, se hace
visible a través de la capacidad de escucha, de observación, de un
acompañamiento respetuoso a partir de la esfera corporal, y sobre todo del
silencio. Un silencio que habilita al paciente a instaurar su propio ritmo sin
ningún tipo de condicionamiento. Muchas veces, puede parecer que el espacio hay
que ocuparlo con palabras o acciones, pero no debería ser así. La ausencia de
las palabras, le permite al paciente ser y hacer libremente, le da la
oportunidad de tomar la iniciativa; y al terapeuta de observar con un mayor
distanciamiento.
Por eso, se entiende, que, cuando hay un uso
innecesario de verbalizaciones por parte del psicomotricista, de alguna forma,
se desprenden aspectos que subrayan la persistencia de una mayor preocupación
por “querer que el paciente haga” más que, en respetar sus necesidades, no
pudiendo efectivizar una total descentración del vínculo terapéutico.
Dicho lo cual, resulta imprescindible resignificar el
valor del silencio, de lo “no dicho” en una sesión terapéutica, pues en la
ausencia también se está interviniendo.
Editora 2020 Mady Alvarado