Texto leído en SAPI: Dialogo en convivencia sobre pautas de crianza.
Contextos y desafíos parentales en la crianza de los niños pequeños hoy el 25 de
octubre de 2014.
Hay recién nacidos a quienes se los
considera chicos, inmaduros, pequeños, menores, y luego muchos se convierten en
niños, y otros siguen en la minoridad de por vida.
Es
escaso decir: “los niños primero”, si no se entiende al mismo tiempo “las
madres primero”. En la primera
infancia la presencia es constancia. La función materna no es delegable en
múltiples cuerpos. Aquí la variedad no es riqueza. Sería preferible que la permanencia
fuera un deseo necesario y posible. ¡Que la presencia sea una constancia
deseante!
El tiempo importa, porque los
adultos en crianza tienen una función
corporizante, hay padres y madres de cuerpo, el que cría crea. La primera infancia no son los primeros
escalones, sino los soportes sobre lo cual se apoyan los peldaños del
desarrollo.
En
contra de la eficacia, la lógica de
la eficiencia se ha extendido, se
encuentra en la base de las formaciones académicas, en la alimentación, en las
terapias pre-determinadas.
La lógica de la eficiencia también ha llegado a algunas crianzas. Frente a la
crisis los profesionales de la salud tienen la oportunidad de indicar
estimulaciones, medicamentos, ejercicios, libros, libros “ser padres aunque sea hoy duérmete niño”. Estimule a su niño es
la consigna, cuando sabemos que no hay
carencias por faltas de estímulos, sino por falta de vínculos estimulantes.
Veo a una madre (que ignora el término eficacia), probar el alimento frente a
la mirada del niño, mantenerlo un tiempo en la boca para percibir su sabor, “huumm”, saborear, le “dice en actos” que
comer no es tragar, que la boca no es un tubo, que es una estancia donde el
alimento se demora, no para cumplir con una acción higiénica y adecuada a la
molienda, no se trata de masticar tantas veces, ni de una acción correcta, sino de la mínima demora del
alimento en la boca para que las papilas gustativas se dispongan y puedan
recepcionar el sabor.
Una
cuchara cargada de alimento se transforma en un objeto aéreo. Aquí, comer crea
temporalidad, en la forma de espera, de expectativa, producciones de temporalidad que combaten el aceleramiento. La madre coloca al niño en un
estado de “espera observante”, espera activa, al mismo tiempo que el vuelo de
la cuchara tiene una función anticipatoria, crea la expectativa de recibir,
saborear e ingerir el alimento.
La lógica de la eficiencia ha llegado a la alimentación, donde un juguete es
señuelo banalizado y banalizante del alimento… eso sí en cajita feliz.
Los alimentos que se venden actualmente
están procesados, en parte pre digeridos, masticados mecánicamente. Alimentos
que evitan toda demora y facilitan una alimentación acelerada: maníes sin
cáscara; aceitunas sin carozo; pollo deshuesado, sin piel, ni vísceras ni
pollo; carne supermolida; pescado sin espinas; nueces y almendras peladas; pan
y queso en rodajas; verduras y frutas cortadas al tamaño del bocado, ¿la boca
no es un tubo?
Las
cosas han cambiado, pareciera que los platos térmicos convertidos en barcos
cargados de agua cálida y las cucharas aéreas ya no existen, pero….¡es
necesario que cada cuchara de alimento sea!: “para la abuela, para papá, para
mamá…nos alimentamos de los otros, de los otros sin oropeles de mayúscula
universal. El niño otro que nos dice
mucho con tan solo cerrar la boca y girar la cabeza: ¿el bebe no quiere más, no? y convierte un gesto de rechazo en un
nombre colectivo de solo dos letras, que nos salva de la resignación.
¿Y
el jugar, cría, corporiza? Si el jugar y el comer en sus
inicios estuvieran separados, la alimentación sería un acto meramente mecánico,
despotenciado de creatividad, sin sabor. El jugar liga, une. Con la comida se
juega.
La eficiencia
es exquisita para fabricar bulones, pero amarga en las relaciones humanas, es
maquinal, pasteuriza los vínculos, no deja pasar el microbio de la
subjetividad. Los cuerpos en relación se subjetivizan, y nos permiten
afirmarnos en un estilo, El
estilo, tanto sea en el juego o en otros procesos creativos, no está dado tanto por una característica de
valor convencional o por alguna condición excepcional de la persona, sino que
está marcado por la dificultad, por los obstáculos que frecuente e
insistentemente dejan su marca. Si uno analiza el estilo de algunos creadores no
está dada por una facilidad, sino por una dificultad que se instala en el
cuerpo. A Julio Cortázar, por ejemplo, cuando escribía, le decían que ponía mal
las comas. Cortázar se justificaba explicando que tenía problemas
respiratorios: tenía asma y la
introducción de la coma como respiración poseía la función de oxigenar su
cuerpo lector.
La eficiencia tiene límites precisos, responde a plantillas
y ortopedias conductales, la eficacia
en cambio en cada límite, reconstruye estrategias, escucha, observa, interviene
en aproximación, consulta, duda, pone el cuerpo.
En cuanto a los límites ¿Hay que decir que no, y después…?, ¿es lo mismo un límite, que la expresión de una
molestia, de un malestar?
Dice Silvia Bleichmar: La humanización es perturbación
de la función: no solamente es comer, sino comer dentro de ciertas condiciones;
no solamente es dormir, sino dormir dentro de ciertas condiciones. [...]
Esto, que parece una perturbación, es en realidad el origen de la vida
simbólica. Un ser humano que no tiene esas perturbaciones está reducido a la
animalidad. Es precisamente esta perturbación la que abre todas las vías de la
vida social.[1]
Perturbar es pasaje de la
función orgánica al funcionamiento corporal. Para poder ser libre
hay que haber construido un cuerpo y los cuerpos para ser cuerpos deben perder
la libertad absoluta.
El
cuerpo es eficaz, el cuerpo no tiene remedio ni es paciente, el cuerpo se
revela y nos desvela, no hay forma de darlo de alta ni de baja. El cuerpo
miente y nos permite jugar.
Hay
niños que se aburren, aburrimiento, como situación contraria a la diversión, a
lo diverso. “Me aburro” es una afirmación que está en la boca del niño cuando
no cuenta con un estímulo de continuidad que lo capture en su divertimiento. La
experiencia de no saber qué hacer, es un estado de gracia para el hecho
creativo. Dice Walter Benjamin: «Si el sueño es el estado supremo de
distensión corporal, así el aburrimiento lo es del espíritu. El aburrimiento es
el pájaro fantástico que pone el huevo de una experiencia»[2].
Infancias, Infancias en plural, expresando la idea de
que no existe una sola forma de construir la corporeidad. Por un lado, porque
el cuerpo está en una relación dialéctica con la vida biológica, orgánica, y
los recursos socioeconómicos condicionan de manera alarmante la salud física de
los niños cuyos padres carecen de un trabajo digno y bienes materiales. Otra
vez el sustantivo nos engaña, ¿derecho al trabajo o a trabajar? Derecho al
juego o a jugar? Los verbos son necesarios: trabajar, habitar, jugar.
Aunque estemos solos se puede comer, aunque siempre se
come con otro, pero siempre se come? ¿Y si no hay comida, y si falta la
comida… Solo después de comer el hombre
se alimenta de sueños
A modo de inventario podemos decir que la corporeidad,
en las ciudades, tiende a empobrecerse[3]:
1) Así sucede con la disponibilidad del uso habilitado
de las manos. La función de la palma tiende a desaparecer, la yema de los dedos
opera sobre la pantalla con un mínimo de movimiento, que no llega a
constituirse en una praxia;
2) Así con la construcción de una voz propia que no se
defina con la indefinida clasificación de lenguaje neutro (anteponiendo el
logos sobre el cuerpo);
3) Con la capacidad de mirar y ser mirado sin
mediaciones tecnológicas, que abusan de la visión sin mirada;
4) Encapsulado con el exceso reiterado de construcciones
actitudinales que ubican el cuerpo en la potencia agresiva que generan los
juegos electrónicos de persecución y confrontación;
5) Con el empobrecimiento de la capacidad de degustar
sabores, texturas y consistencias, domesticado por la comida chatarra.
5) La pérdida de la escucha, bajo el dominio hipnótico
de imágenes con brillo, luz y movimiento.
6) La crueldad parece haber triunfado por sobre la
ternura.
Para terminar, parafraseando a
Tagore: los chicos juegan en las plazas
del mundo.
En
nuestro país, en la plaza mayor se siguió criando.
En nuestro país las plazas…las
madres,
en nuestro país las abuelas.
Daniel Calmels octubre 2014
[1] Silvia Bleichmar, Violencia social - Violencia escolar.
De la puesta de límites a la construcción de legalidades, Buenos Aires,
Noveduc, 2010.
[2] Walter
Benjamin, “El narrador. Consideraciones sobre la obra de Nicolai
Leskov”, en Maite Alvarado - Horacio Guido (comp.), Incluso los niños. Apuntes para una estética de la infancia, Buenos Aires, La Marca, 1993.
[3] Para más
información ver Calmels Daniel, Fugas, el
fin del cuerpo en los comienzos del milenio, ensayo, Buenos Aires, Biblos, 2013.
www.revistadepsicomotricidad.com agradece públicamente a Daniel Calmels por enviar este artículo desde Buenos Aires, Argentina.
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